PANTALLAZOS
De Justo firme
Con la cuarta paupérrima entrada consecutiva de la feria, el toreo enjundioso de Emilio de Justo, la raza del tercero, la torería de Castella y Perera y el acierto de los banderilleros (cuatro de ellos ovacionados) sacaron a flote una tarde a la que la mansedumbre y asimetría del encierro pusieron al borde del naufragio.
“Postinero”, el tercero, no prometía gran cosa. Fue protestado de salida igual que los dos anteriores por no dar la talla de la plaza. Cierto. Encima se cayó en el laborioso saludo capotero y blandeó bajo las insignificantes puyitas de Germán González. Pero brilló en los emotivos pares de Morenito de Arles y Pérez Valcarce. Era pronto y codicioso, y eso valió por lo demás. Emilio De Justo, lo vio y no se entretuvo en relaciones públicas.
De una, sin brindis, se fajó con él, alternando cuatro derechas con tres trincherazos, un cambio de mano, un natural y uno de pecho que detonaron con eco en el cuasi vacío cemento. Pero en compensación, por todo el mundo estábamos los televidentes de testigos. El cuvillo atacaba con franca bravura. Solo alejándose entre tanda y tanda admitía respiro. De a cinco cada una más el remate. Fueron seis las estrofas. Las tres primeras diestras las otras tres, naturales. Todas de pulida caligrafía. Pero lo fundamental, en jurisdicción, a planta firme y toreo corporal. Dándose al toro, sin monerías. La quinta, genuflexa, de ayudados largos y hondos. Faena sólida, bella e incuestionable, consustanciada con la codicia del toro. Y a matar. Perfecto volapié, espada hasta los gavilanes, pero a cuatro dedos de la cruz. Rodó el toro y la petición total fue acatada por don Matías González, que no se complica en agrimensuras. Si cae en la yema, pues le doy las dos, diría.
Bregó desesperadamente con el huidizo burraco sexto, tratando de buscar la puerta grande, pero el trabajo honrado solo, no se premia en el arte del toreo.
Sebastián Castella que había luchado infructuosamente por emocionar con un inexpresivo primero. Le puso la espada trasera sin efecto y al descabellar salió cogido con un puntazo en el muslo y una cornada de quince centímetros en el glúteo derecho. Como si nada, no quiso ir a la enfermería. Se quedó, lidió el cuarto, único cinqueño, que le brindó acometidas alegres al principio de la faena, pero luego vino a menos y a menos. Se entregó en la suerte, saliendo rebotado de los pitones, pero dejando una completa estocada desprendida que bastó. Las dos ovaciones rindieron tributo a su torería, y también a los buenos momentos de toreo no redondeados.
Miguel Ángel Perera, llegó no recuperado de sus dos costillas rotas. ¿Por qué vino? Bueno, el hecho es qué sin dolerse, quizá esa su falta de condición física explicó la falta de rotundidad en su quehacer y de tino con a espada. Puso el acero caído al segundo, y pinchó dos veces antes de estoquear bajo al quinto. Sin embargo, el público, debida y exhaustivamente informado de que acudía lesionado le agradeció duro el esfuerzo.
Los de Núñez del Cuvillo, cuatreños, menos el quinto, promediaron 561 kilos, pero su presencia insuficiente y dispareja dio lugar a las protestas de las tres primeras salidas. Por lo demás carecieron de raza. y algunos de fuerza, defectos que su noblota sumisión solo fue matizada por el tercero que se creció en la pelea. Jaime Mora Figueroa Núñez, ganadero nieto, lo corroboró: “el tercero y el quinto, a los demás les faltó bravura y vida”.