PANTALLAZOS

El valor y la lidia

Por Jorge Arturo Díaz Reyes
sábado, 3 de mayo de 2025 · 23:45

Cinqueños, parejos, ligeros en sus 511 kilos promedio, los entipados victorinos, no salieron a jugar, ayudar, ni a dejarse. Salieron con la arrogancia de su sangre a pelear a muerte, por las buenas o por las malas. Como debe ser. Nada de comparsas, nada de parejitas de baile, nada de confiancitas. Ni más faltaba. Mucha seriedad. El peligro y las dificultades exigieron y avalaron las lidias de apuesta y precisión que les pudieron dar. Cuánto costaron. Corrida intensa, de emoción verdadera, de toreo legítimo.

La cima de la soleada y ventosa tarde la escalaron Escribano y “Mosquetón”, el quinto, número 76, cárdeno oscuro de 510 kilos. Fue un duelo cuerpo a cuerpo. Recibido a portagayola con larga cambiada de rodillas, acosó desde allí casi hasta la cogida en las cuatro verónicas, la media y la revolera que más que de lucimiento fueron de necesidad terminaron con el abandono del capote, cuando la posición estaba perdida y el prendimiento era inminente.

Luego, se fue por Juan Francisco Peña, el picador, que marró y al relance le puyó trasero antes de ser tumbado y levantado en un solo tiempo por el fiero. La plaza en ascuas. Al segundo envite, una vara luchada de gran ejecución y colocación que arrancó la ovación. Manuel coge los palos, y coloca tres pares de alta exigencia y jaleo, especialmente el último con la espalda contra las tablas que motivó una explosión tenaz.

El brindis al lleno fue un plebiscito. Cinco derechas por bajo, arremetidas con prontitud, codicia y bravía repetición, rematadas con dos de pecho mostraron que por ahí era, y también la compartida decisión de pelear el terreno a sangre y fuego. En la tercera tanda vino un desarme con estaquillador roto. Así estaba la cosa. Si no me mandas te cojo. Y el hombre, nada de pie atrás. Pa´delante. Otro round de cinco y pecho y otro de cinco y dos de pecho que pusieron al fin el poder en manos humanas. Cuatro naturales, giro y forzado. Y luego siete más por ese mismo lado y el de pecho. La batalla estaba ganada. La última serie diestra con su broche de cambio y firma fue la confirmación de que la lidia había sido eficaz y el bravo dominado. El volapié sin glosas y la espada total arriba, fulminante, coronaron, y abrieron la premiación máxima; vuelta al ruedo para el arrastre y las dos orejas para la lidia. Qué digan lo que quieran.

También con el enrazado segundo había estado Manuel a gran altura torera en todos los tercios. Pero su pinchazo, el aviso, y la espada trasera tendida le privaron de otra oreja que le hubiese abierto la puerta máxima.

Daniel Luque, Brindó el tercero a la memoria de su padre recientemente fallecido. Y cómo honró ese homenaje. Se jugó el pellejo, lance a lance, pase a pase, viaje a viaje. Cada uno era un albur. Escarbador, mirón, incierto le obligó a tragar lo indecible. Le había parado con tres lances de brega a dos manos (no hubo otra forma) y luego tres verónicas y dos medias costosas y por ende valiosas y muy jaleadas. Caricol se luce con un tercer par de lujo y luego fue cosa de poderle al insurrecto que optó por la guerra de guerrillas. Ofreciendo el bulto, obligando por abajo, aguantando y aguantando derrotes, Daniel terminó imponiendo su voluntad. Era una gran faena de mucho contenido, y el desplante de rodillas fue un alarde triunfal. Pero su señoría doña Macarena de Pablo Romero, no consideró suficiente la petición de un premio más merecido que muchos, pero muchos. El sexto fue un marrajo imposible que esperó atrincherado.

El Cid, digno, decoroso, discreto ante las dificultades, pero nada más. También pinchaúvas como lo ha sido a lo largo de su gloriosa carrera. Nadie quitó los ojos del ruedo en toda la corrida, como siempre que allí hay un toro que no se deja faltar al respeto y un hombre con honor.