CARLOS BUENO

Bravura plena

martes, 5 de noviembre de 2019 · 07:48

Hay quien afirma que estamos atravesando una etapa de transición en la cabaña brava, un tiempo en el que los ganaderos dilucidan en las tientas qué condiciones del toro de lidia deben adquirir mayor preponderancia sobre otras. Yo no me atrevería a asegurarlo. De lo que estoy convencido es que la tauromaquia es una actividad en continua evolución. Nada tenía que ver el toreo de Francisco Romero, inventor de la muleta, con el de Lagartijo, primer espada en ser considerado artista. Ni el de Belmonte con el de Manolete o con el de Ponce. Y a favor de la corriente de los estilos de los toreros y de los gustos de los públicos se adapta la alquimia ganadera buscando que los toros tengan un comportamiento acorde a la demanda de cada época.

El común denominador de siempre es la bravura. Sin bravura no hay nada. Se dice con atino que sin toro no hay Fiesta, y la naturaleza que distingue al cornúpeta del resto de animales es su capacidad de luchar hasta la muerte, de crecerse al castigo, en definitiva esa bravura que se ha ido modelando a lo largo de los siglos para proporcionar el animal que ahora salta a la arena.

¿Es el mejor de todos los tiempos? Hay respuestas para todos los gustos. Lo parece evidente es que el actual tiene sus virtudes y sus defectos. Sin duda se trata del más depurado, seguramente también del más homogéneo y monótono con independencia del hierro que lleve. Y si, por un parte, facilita un toreo muy perfecto, por otro impone una previsibilidad poco aconsejable en este espectáculo de emociones espontáneas.

Lo cierto es que la bravura es la piedra angular de la tauromaquia, y para juzgarla y calificarla debe tenerse en cuenta la lidia en todos los tercios. Poco ayuda la moda que con demasiada fuerza está imponiéndose en los cosos españoles de relegar la suerte de picar, de omitirla, de despreciarla. Ya parece normal que los tendidos aplaudan a los varilargueros por simular su cometido, cuando no directamente se protesta su presencia en el ruedo. Todo lo contrario ocurre en Francia, donde al tercio de varas se le concede un gran interés y valor.

Además hay otro aspecto relevante de la afición francesa, que es el respeto que se le tiene al toro y a su integridad. Tanto que las comisiones taurinas tienen el poder de vetar a las divisas que no cumplan las expectativas, y si los empresarios no atienden sus requerimientos consiguen cesarlos con relativa facilidad. Los escalafones de ganaderías y de toreros están llenos de ejemplos de nombres censurados, y también de muchos a los que se les ha hecho justicia y han sobrevivido profesionalmente gracias a las plazas galas.  

Es por ello que los franceses disfrutan de la lidia en su totalidad, y para que en España sucediera lo mismo haría falta una intensa fase de reeducación que debería iniciarse con la cría de un toro más poderoso que, eso sí, no puede perder las cualidades de la bravura que tienen que ver con la fijeza, prontitud, entrega, recorrido, nobleza… ni siquiera con la toreabilidad, que al fin y al cabo es un concepto relativo al comportamiento, al estilo que el toro tiene en sus acometidas, y todo ello aderezado con la combatividad, el ímpetu, la codicia… en resumen la fiereza.

La fiereza puede llegar a resultar incómoda para el torero, pero domeñada, sometida, que es de lo que se trata la tauromaquia, de poderle al toro, conferiría a la Fiesta una experiencia más completa y emocionante. Desconozco si estamos atravesando una etapa de transición en la cabaña de bravo, pero si es así, los ganaderos deberían buscar la bravura plena.

4
1
0%
Satisfacción
75%
Esperanza
25%
Bronca
0%
Tristeza
0%
Incertidumbre
0%
Indiferencia