PACO DELGADO

Berlanga y los toros

jueves, 3 de diciembre de 2020 · 07:06

La Generalitat Valenciana ha declarado el año 2021 Año Luis García Berlanga, y a lo largo de sus meses se recordará y homenajeará la figura del genial director de cine valenciano, su obra y legado cinematográfico.

Y en su obra, y puede que se les haya escapado el detalle a los organizadores, abundan los guiños y las alusiones, siempre positivas y favorables, a los toros, su mundo y trascendencia.

Aficionado desde que viese torear a Manolete en Valencia, fue amigo de Vicente Barrera y muchos más personajes que pululaban por el ambiente taurino de la ciudad del Turia y Madrid, no es casualidad que en uno de sus primeros grandes éxitos, Calabuch, su cuarto largometraje, rodado en 1956, uno de los protagonistas que aparece por esa imaginaria población donde la gente aún podía vivir con sentido del humor y de la amistad, era un torero ambulante, interpretado genialmente por José Luis Ozores, que iba de pueblo en pueblo con su toro -Bocanegra, hijo de Planetario-, siendo el diestro castellonense Pepe Luis Ramírez quien le asesoró sobre la materia y dobló en las secuencias en las que intervenía el toro.

En Patrimonio nacional, en la segunda parte de una trilogía (La escopeta nacional y Nacional III) en la que ponía en solfa nuestra sociedad, el desmoronamiento del régimen anterior y la llegada de la transición, la disparatada familia del Marqués de Leguineche tiene por costumbre acudir de manera ineludible a la Corrida de Beneficencia, tenida como uno de los actos sociales de más trascendencia y relevancia de una sociedad que, pese a los cambios que se suceden y avecinan, seguía teniendo a los toros como algo muy principal.

A finales del siglo XX rodó París-Tombuctú, su última película, una reflexión sobre la esclavitud y tiranía del trabajo y el éxito social, en la que un prestigioso dentista parisino, desencantado con la vida y con serios problemas existenciales, decide abandonarlo todo y buscar la felicidad camino de un idealizado Tombuctú a lomos de una desvencijada bicicleta que le compra a un peregrino con el que se topa casualmente al intentar suicidarse. Pero antes de llegar a su ansiada Arcadia, recala en una población mediterránea, otra vez Calabuch -con planos en los que aparece la plaza de toros de Vinaroz-, y allí conoce a Trini, magistralmente encarnada por Concha Velasco, que dice ser hija de Manolete, otra vez Manolete, y que le deja bien claro que en España la fiesta de los toros le gusta a todo el mundo, menos a cuatro mentecatos.

 

Símbolo nacional

Pero, sin duda, es en La vaquilla, una de sus cumbres, donde mejor refleja no sólo su debilidad por los toros sino la pasión que despierta en España, siendo metáfora y símbolo de nuestro país el cadáver de aquel animal, muerto en tierra de nadie y cuya lidia en un ruedo acercaba y reconciliaba a dos bandos que se estaban matando a tiros en una guerra civil que ahora muchos se empeñan en desempolvar.

En aquella cinta de 1985 aparecen muchas de las claves en las que se desvela su gusto por la tauromaquia y su relación con ella -El Tejadillos, el nombre de un torerillo que se menciona en la película (“murió en Valencia, explica uno de los personajes, pero murió de hambre”) existió realmente y el hermano del cineasta trató de ayudarle en su carrera taurina-, no teniendo pudor en revelarlo y hacerlo público en su obra.

Poco antes de fallecer depositó, en el Instituto Cervantes, un sobre donde contenía un secreto, el cual pidió que no se revelase hasta el 12 de junio de 2021, cuando se cumpla el centenario de su nacimiento. 

Lo que no es ningún secreto es su consideración del espectáculo taurino como algo vinculado de manera inexorable a lo español. Algo que los progres de ahora, y él fue mucho mas avanzado, liberal y moderno que los que ahora se las dan de ello, no pueden soportar.

 

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