PACO DELGADO

Bien ido sea

jueves, 31 de diciembre de 2020 · 09:14

Se acaba, gracias a Dios, el año. Uno de los más funestos, nefastos y malhadados que se recuerden en nuestra historia no ya tan reciente. 2020 nos trajo una gran desgracia y apenas hay en su calendario motivos para un recuerdo agradable. Tanta gloria lleve como paz deja.

No cabe duda. este que ahora arrastran las mulillas ha sido, con gran diferencia, el peor año que se ha vivido por estos lares desde aquella otra tragedia que fue la guerra civil.

Y si en general la situación provocada por el coronavirus y sus consecuencias ha sido terrible, con miles y miles de muertos, negocios arruinados, puestos de trabajo desaparecidos, confinamientos, incertidumbre y miedo, mucho miedo, en el mundo de los toros ha habido desastre. Un caos.

Si ya de por sí la cosa taurina se mantiene gracias a su extraordinario arraigo popular -diga lo que diga la izquierda radical- y a pesar, en buena parte, de quien de ella vive y, en teoría, debería cuidarla y mimarla, la aparición del virus y la pandemia originada supuso un auténtico cañonazo en su línea de flotación.

Aturdido y confuso, completamente grogui, el taurinismo asistía, sin dar crédito, a una sucesión de hechos que nunca, ni en sus peores pesadillas, habían creído que pudiesen hacerse realidad. Tras la suspensión de las primeras ferias, que ya debería haber servido de aviso a navegantes, vino la cancelación de Sevilla y, ya en cascada, la anulación de prácticamente toda la temporada.

Y con ello el llanto y crujir de dientes. Nadie se atrevía a hacer nada. Los grandes, escondidos y la gente sin saber qué pasaba... ni qué iba a pasar. A todo esto, los meses pasaban, no se daba ni un festejo y los ganaderos desesperados, sin poder colocar sus productos y sin perspectiva de hacerlo. Y los profesionales, lo mismo. Si actuar desde finales de 2019, sin cobrar ni un euro y excluidos, graciosa y caprichosamente, por pura cuestión ideológica, de los programas de ayuda y subsidios establecidos para estas situaciones y a los que tenían derecho total y absoluto, recibiendo la callada por respuesta cuando se interpeló a las autoridades del ramo y recibiendo sólo excusas y promesas que nunca se cumplieron.

Y menos mal que hubo quien se arremangó y metió en faena: empresarios  -Garzón, al que sus propios colegas empresarios casi retiran el saludo por organizar festejos, Carmelo, Guejareño... y la FTL, que se sacó de la manga una Gira de la Reconstrucción que sirvió para medio salvar la campaña- y matadores -Ponce fue la única figura que dio la cara como su condición proclama- y Autonomías, Diputaciones y entidades varias que organizaron un buen puñado de concursos y certámenes para noveles que sirvió para dejar claro que también hay cantera, olvidada en muchos casos, pero con un potencial extraordinario.

Sería muy de agradecer que, a quien corresponda, hubiese sacado las enseñanzas oportunas y tomado medidas para evitar que cosas como las sufridas estos últimos meses vuelvan a suceder. Aunque, mucho me temo, que , como en el cuento de Pitigrilli, tras procurar enmendar un error se cometa otro. No se percibe, desgraciadamente, una disposición adecuada para corregir errores y actuar en consecuencia. Pero, en fin, la esperanza es lo último que se pierde...

Se llevan las mulillas, con bronca general y estruendosa, a este marrajo que sólo procuró calamidad y bien ido sea. Esperemos que el que aguarda en chiqueros sea de mucha más noble condición y nos podamos resarcir con su lidia

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Satisfacción
60%
Esperanza
40%
Bronca
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Tristeza
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Incertidumbre
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Indiferencia