PACO DELGADO

Los hierbajos de Diógenes

jueves, 11 de marzo de 2021 · 07:17

Seguimos, y en este plural hay que incluir al mundo del toro, naturalmente, con el alma en vilo y pendientes de que el coronavirus dichoso deje de amargarnos y echar a perder tantos meses en los que se ha pagado un altísimo precio en vidas y negocios.

Es, ahora, a posteriori, como casi siempre, cuando nos damos cuenta de que antes nos hemos preocupado por naderías o, cuando menos, por asuntos mucho mas triviales que el que ahora nos ocupa.

Parece que fue hace mil años cuando el inicio de la temporada se vio comprometido al detectarse un brote de la llamada enfermedad de la lengua azul, que no sólo ponía en jaque a las ferias de fallas y Magdalena, sino que amenazaba a la campaña en sí misma, puesto que el problema se suscitaba principalmente en que el 65% de las ganaderías que lidiaban estaba en zona restringida por la enfermedad, y las medidas que se debían tomar impedían la celebración normal de espectáculos taurinos sin que estuviese regulada la posibilidad de dar festejos populares con animales procedentes de dichas zonas.

Unos años antes la encefalopatía espongiforme bovina, más conocida por la enfermedad de las vacas locas, también llevó de cabeza al sector taurino, y ya por entonces, hablo de 2001, el entonces presidente del Gobierno, José María Aznar, anunciaba que la crisis de las 'vacas locas' iba a ser un "problema largo y complicado" de resolver. Aunque, al final, tampoco la sangre acabaría llegando al río y no hubo que lamentar destrozos de gran calado.

Yendo más allá en el tiempo hay que recordar que, hace casi 40 años los subalternos iniciaron una huelga indefinida, como consecuencia de la ruptura de las negociaciones que venían manteniendo con los matadores para renovar el convenio colectivo vigente en aquel tiempo y que nublaba el inicio de la temporada.

Eran problemas que, entonces, significaron un serio contratiempo pero que, al fin y a la postre, acabaron solucionándose y, a las cinco en punto de la tarde, siempre sonaron clarines y timbales para que desfilasen las cuadrillas y saliese el toro por toriles.

Ahora la cosa es distinta, mucho más peliaguda, puesto que para su arreglo intervienen factores que nos sobrepasan. Lo que parecía impensable, lo que nunca iba a ocurrir, ha sucedido. Como a los irreductibles galos de Asterix, se ha cumplido la peor amenaza temida: el cielo parece haber caído sobre nuestras cabezas... y lo malo es que tampoco se ve que haya ningún druida capaz de crear una poción mágica que resuelva el tema. Visto todo con perspectiva, aquellos males parecen peccata minuta comparado con lo que ahora padecemos.

Ya lo decía Diógenes, aquel sabio que cuando Alejandro Magno le ofreció lo que quisiese sólo pidió que no le tapase el sol: siempre habrá alguien más necesitado. Y todo es susceptible de ir a peor. También Murphy juega en contra.

Sólo queda tirar de paciencia y esperar a que escampe... aunque no estaría de más -yo diría que es indispensable- el ponerse a trabajar, ya muy seriamente, en establecer unos cimientos, sólidos y robustos, firmemente anclados a una realidad que nada tiene que ver no ya con el siglo XX, sino mucho atrás en un tiempo definitivamente superado sin que los responsable del negocio taurino lo asuman.

En el siglo XXI, en un espectáculo arcaico como son las corridas de toros, lo único arcaico que debe permanecer es lo que suceda en el ruedo. Justo lo contrario que ahora sucede. Sólamente así se podrá salvar y conservar la última, y maravillosa, gran fiesta que le queda a la humanidad. Como dijo Cela

23
4
25%
Satisfacción
25%
Esperanza
50%
Bronca
0%
Tristeza
0%
Incertidumbre
0%
Indiferencia