VIENTO DE LEVANTE

Matar moscas con el rabo

jueves, 17 de noviembre de 2022 · 08:44

Eso es lo que se dice que hace el diablo cuando se aburre. Y eso es lo que parece que hacen ahora los activistas antitaurinos, que vuelven a la carga pidiendo la abolición de las corridas de toros. Y lo hacen a nivel global, abarcando prácticamente a toda la geografía taurina. 

Pero no es para tomárselo a risa, a la vista del amplio movimiento que llevan a cabo, la magnitud de la ofensiva y todo lo mucho que está en juego.

Una propuesta de ley de la izquierda ecologista pretende abolir las corridas en las regiones francesas donde están autorizadas. El próximo 24 de noviembre la Asamblea Nacional francesa tendrá que pronunciarse sobre una propuesta de ley del diputado Aymeric Caron destinada a prohibir la corrida de toros en el país galo, pese a que en Francia las corridas de toros están autorizadas por el Código Penal que, en su artículo 521-1 que reprime los actos de crueldad hacia los animales, establece una excepción para las corridas de toros.

Los aficionados galos no se han quedado cruzados de brazos ni mano sobre mano y han reaccionado ante esta situación, emprendiendo numerosas acciones para que una mayoría de representantes electos de la Asamblea Nacional no ratifique este proyecto de Ley.

Tanto el Observatorio Nacional de Culturas Taurinas que preside el que fuera matador André Viard, como la Unión de Ciudades Taurinas de Francia, los profesionales de la tauromaquia (empresas, toreros, ganaderos, aficionados, clubes taurinos, ciudades taurinas, plazas de toros, etc.), los alcaldes de ciudades con tradición taurina, diputados y senadores, han iniciado acciones para que esto no pase.

También los municipios miembros de la Union des Villes Taurines de Francia se han puesto en marcha para impedir que esta propuesta salga adelante, siendo de subrayar la postura del alcalde de Mont de Marsan, uno de los principales baluartes del taurinismo en el país vecino. 

Charles Dayot, su alcalde, pedía al Gobierno  “Que proteja las muchas culturas y sectores amenazados por el antiespecismo radical cuyo portavoz en la Asamblea Nacional es el diputado Caron que, después de las corridas de toros, desea prohibir cualquier forma de interacción con el animal, como la cría, la caza, la pesca, el consumo de carne, la equitación, las mascotas en la ciudad, otras corridas de toros… “.

Hace unos días César Rincón y Gitanillo de América defendían apasionadamente la tauromaquia en la Cámara de Representantes en Colombia, en el pleno en el que se debatía su prohibición. La defensa de Rincón fue especialmente emotiva y directa: “Las plazas de toros fueron mi colegio, mi universidad. Ahora, muchas de ellas están cerradas. ¿El motivo? La intolerancia. Somos víctimas”. Hizo hincapié en la importancia de ser defensor del toro en el campo, como ganadero en España y en Colombia, donde ha invertido todo lo ganado en sus años activos en los ruedos del mundo, finalizando su intervención con una frase que impactó y que debería ser grabada en la mollera de cualquiera que se dedique al politiqueo: ‘En democracia cabemos todos, no queremos ser víctimas. Les pido no prohíban las corridas’.  

Y en Méjico se sigue mareando la perdiz y, de momento, se mantiene cerrada la Monumental de la capital federal y en suspenso la celebración de festejos en la misma.

Ya de antiguo se ha buscado prohibir las corridas de toros y en el siglo XVI, la Iglesia Católica desaconsejó al clero asistir a los espectáculos taurinos, si bien en estos casos la condena se hacía en el mismo sentido que la condena a los juegos de azar, los bailes, etc. siendo Pío V, en 1567, quien promulgó una bula que condenaba ipso facto a excomunión a todos los asistentes y a todos los estados cristianos que celebrasen corridas de toros; bula que fue derogada por la decidida intervención de Felipe II -los Austria han sido los reyes taurinos por antonomasia, en contraposición a los borbones, más abiertos a la crítica de la fiesta-, que sabía cuáles eran los gustos de sus súbditos. 

En la segunda mitad del siglo XIX, se registraron varias peticiones de prohibición en las Cortes, siendo el más insistente el marqués de San Carlos. Intentonas que no llegaron a nada, como tampoco durante la breve Segunda República se logró volver a prohibir los espectáculos taurinos, pese a un intento inicial en forma de orden que prohibía las corridas.