VIENTO DE LEVANTE

Valores y valeres

jueves, 26 de mayo de 2022 · 07:37

Si de algo está sirviendo la presente edición de la feria de San Isidro, de la que sus Bodas de Platino han pasado inadvertidas para el mundo oficial -ni la empresa gestora ni la Comunidad de Madrid han hecho caso de la efeméride-, al margen de triunfos y otras cosas, es para tomar conciencia de lo mucho que representa el toreo.

Que no es si no, nada más y nada menos, una representación de la vida. Ahí es nada.

No es extraño que tantos y tantos intelectuales, de las más variadas y dispares tendencias y procedencias, valorasen, admirasen, alabasen y defendiesen la tauromaquia como un factor cultural de primerísimo orden que define a la perfección a la humanidad misma. “La fiesta de los toros es la más culta que hay hoy en el mundo. Es el drama puro en el cual el español derrama sus mejores lágrimas y sus mejores bilis. Es el único sitio a donde se va con la seguridad de ver la muerte rodeada de la más deslumbradora belleza”, dijo Lorca. No se quedó atrás Unamuno, que no era precisamente un acérrimo aficionado: “De todas las bellas artes la tauromaquia es la que mejor prepara al alma humana para comprender las más profundas verdades del alma”. Y así podría seguir ad infinitum.

Y todo esto se está viendo en el ruedo de la Monumental de Las Ventas en este serial isidril, cuando se cumplen 75 años de la primera edición de la feria madrileña.

Tres cuartos de siglo más tarde, este escaparate sigue mostrando cómo el torero es un ser especial, una especie de héroe que desprecia el dolor y la muerte ante su misión. No han sido pocos los percances habidos: Gilio, Santana Claros, Adame... pero se ha visto especialmente en el caso de Ginés Marín, que con una herida espeluznante en el muslo, con un boquete sangrando y por el que se pudo ir su vida, se negó a ser trasladado a la enfermería hasta no poner al toro a los pies de las mulillas. La foto, que debería ser ejemplo para todos, del torero herido yendo a recibir atención tras haber matado a su oponente explica más que mil palabras lo que significa el toreo. Abnegación, espíritu de sacrificio, ansia de superación, cumplir con el deber, no defraudar al público, etcétera, etcétera.

Y, sin embargo, en las redes sociales esa imagen es censurada. No hay que mostrar imágenes que muestren cualquier atisbo de dolor. Hay que anular ese concepto y eliminar esa idea. Todo es felicidad. Absurdo y, si se piensa despacio, maquiavélico. Se adoctrina en la estupidez.

No se puede exhibir nada que represente valores y dignidad pero sí todo lo contrario, y los ejemplos están a miles, en esas mismas redes y en las televisiones, publicas y privadas, en las que se fomentan concursos idiotas en los que prima y premia la desfachatez, la deslealtad, la traición, la infidelidad, el escaqueo, la pereza, el vicio... Así se moldea a plena conveniencia la mente de una sociedad inútil y frágil, presa fácil para los intereses de no se sabe quién. O sí.

Y se desprecian y vilipendian aquellos valores, y hasta se menosprecia algo ya parece que en desuso: el valer, del latín valere, infinitivo activo presente de valeo ("ser fuerte, tener valor"). Valer, ser útil para realizar cierta función, tener la fuerza o valor que se requiere para la subsistencia o firmeza de algún efecto,  incluir en sí equivalentemente las calidades de otra cosa y, dicho de una persona, tener poder, autoridad o fuerza; tener capacidad para cuidarse por sí misma... que no es poco y, sin embargo, excluido de esa entelequia abominable e imbécil que es lo políticamente correcto y que nos lleva, indudablemente, al desastre.

Ni valores ni valeres. No al dolor. Ni al esfuerzo. Ni al sacrificio. Esto es el paraíso, sin obligaciones, sin deberes, sólo derechos... derechos al abismo, pero felices y tan contentos, como los borregos al matadero. Pero como somos ignorantes, -y borregos, sin querer con ello insultar a estos animales-, pues nada, adelante.