VIENTO DE LEVANTE

Contumacia y tragaderas

jueves, 2 de junio de 2022 · 04:38

Otra vez ha sucedido. Y ya son muchas. Y muy seguidas. Si cuando surge una complicación no se aplica remedio, las cosas se agravan. Si el remedio no es el adecuado hay que buscar otro. Pero lo que no se puede hacer es quedarsecruzado de brazos y esperar a que todo se arregle solo.

No es la corrida de toros espectáculo en el que, como en el teatro o el cine, todo esté previamente escrito y la trama se desarrolle de acuerdo al guión. Concurren aquí muchos factores que hacen que su resolución se vea muy seriamente afectada por cualquiera de aquellos.

Y no es la menor de dichas circunstancias el comportamiento de uno de los elementos indispensables y básicos para la corrida: el toro. De su desempeño en el ruedo depende decisivamente la función, al margen de que el otro protagonista, el torero, se halle más o menos dispuesto, inspirado y acertado.

Si el toro falla, todo cae. Y sobre su figura recae en primer lugar la brillantez o el fracaso de la faena ¿Qué se le pide a un toro para que todo esto que se apunta se haga realidad? pues en primer lugar presencia. El toro tiene que serlo y parecerlo, como diría César. Luego acometividad, movilidad y bravura. “Bravura es la capacidad de luchar hasta la muerte, por tanto, a lo largo de toda la lidia”, dijo Juan Pedro Domecq y Díez. Es la capacidad de lucha del toro hasta la muerte, con la condición de que lo haga con entrega.

La bravura del toro consiste en embestir constantemente hasta el final, sin mostrar síntomas de fatiga. Cualidad que ningún otro animal posee.

Es el resultado obtenido al combinar selectivamente la capacidad de acometer: la fiereza orientada hacia la nobleza que permita su toreabilidad.

Muchas son las variables y parámetros que debe manejar un ganadero para conseguir que sus productos reúnan y contengan todos esos requisitos y den un resultado apetecible. La experimentación, que se hace irremediablemente lenta, lleva a la obtención del fruto apetecido. Que no siempre llega, desgraciadamente, echando por tierra mucho tiempo, esfuerzo y dinero. Entonces no hay más remedio que hacer borrón  cuenta nueva y seguir investigando. Seguir trabajando y buscando el objetivo.

Y eso parece que, sin que se tenga esto por osadía o impertinencia, debería hacer Juan Pedro Domecq Morenés, el ultimo responsable de una de las ganaderías más antiguas y prestigiosas de la cabaña brava española.

El juego dado por sus animales en las últimas temporadas no ha sido, ni mucho menos, el deseado, habiendo cosechado significativos desastres en las tres últimas ferias de primera en las que se han lidiado los toros que llevan el hierro del Duque de Veragua: Valencia, Sevilla y Madrid marcan una ruta que en términos marineros dan la palabra clave: derrota. Una deriva frustrante que debería servir para buscar un nuevo rumbo pero, a lo mejor, sin esperar a que lleguen nuevas tormentas que desarbolen irremediablemente una nave ya muy tocada y zarandeada.

Las crónicas, al margen de la reacción del público -la más importante y a tener en cuenta: el que paga manda-, que analizan y describen la conducta y desenvolvimiento de los juanpedros lidiados en el coso de Monleón, La Maestranza o Las Ventas no dejan lugar a dudas y, salvo las escritas al dictado y venales, relatan de manera unánime un chasco tras otro.

Los toreros, desde hace muchos años, los tienen como preferidos y hay tortas para apuntarse a su lidia. Pero, a la vista está, pese a que su ahora aborregada comodidad les haga sentir desahogo y seguridad, no hay que olvidar que el toreo es riesgo y, sobre todo, emoción. Algo que brilla por su ausencia en los festejos en los que se corren estos animales que deberían infundir mucho más respeto del que ahora provocan. Que suele ser poco, a lo que se ve. La contumacia no suele ser buena costumbre y, al final, persistir en el error tiene consecuencias nefastas. Y tampoco las empresas deberían tragar con lo que las figuras decidan. Pero ese es ya cuento para otro día.