VIENTO DE LEVANTE

Y España se vistió de luto

jueves, 25 de agosto de 2022 · 07:45

Nadie esperaba aquello. Pero es lo que tiene el destino, que es indescifrable. Manuel Rodríguez “Manolete”, el gran ídolo de multitudes, el torero que ayudó a los españoles a olvidar el horror de la guerra, fue a torear a Linares y acabó convertido en leyenda.

No eran pocos los que pensaban que la gran figura de aquellos años no tenía necesidad alguna de ir a torear a una plaza de pueblo. Y menos con una corrida de Miura, cuya estela de muerte y tragedia crecería considerablemente tras lo sucedido el 28 de agosto de 1947.

Después de una vertiginosa carrera que le llevó a lo más alto prácticamente desde su alternativa y tenido, en apenas un par de temporadas, como “el primero y el mejor”, así le calificaba el magistrado y escritor Mariano Tomás Benítez, el torero cordobés estaba agotado.

A mediados de la década de los cuarenta el público -tan voluble como cruel, capaz de un entusiasmo incondicional como de un odio irracional en menos de lo que se tarda en contarlo- le había no sólo exigido como si no llevase siete temporadas siendo la indiscutible gran figura del toreo: también se le comenzó a increpar con dureza e injusticia al responsabilizarle del afeitado y poca entidad del ganado al que se enfrentaba.

Tanto es así que en 1946 tan sólo intervino en España en una corrida, el 19 de septiembre en Madrid, junto a Antonio Bienvenida y Luis Miguel Dominguín, para dar cuenta de toros de Carlos Núñez.

Viajó luego a torear en plazas mejicanas y peruanas y no regresó a España hasta bien entrado 1947, sin tener muy claro si quería torear. Pero las presiones, como escribiera Ricardo García “K-Hito”, le obligaron a hacerlo: “Acaba de llegar de México y se proponía tomar algún descanso, pero se le niega. Si actúa en los ruedos, es un avaro que aún pretende ganar más; si deja de actuar, es un banquero. Si se le ve de paisano sentado en el tendido, se le insulta. ¡Que baje al ruedo, que baje si se atreve!”.

Y toreó. Una veintena de festejos sumó en apenas tres meses y con una cornada grave de por medio. Pero ya  tenía claro que al acabar la temporada se retiraba: “Qué ganas tengo de que llegue octubre para poder retirame”, declaraba en el diario ABC. Pero octubre no llegó… Linares, y un toro de Miura, se cruzaron en sus planes.

Mucho se ha escrito y hablado sobre el particular, pero lo bien cierto es que aquel día 28 de agosto, festividad de San Agustín, día grande la ciudad jienense, “Islero”, el quinto toro de la tarde, le prendió por la ingle al entrar a matar, dicen que de manera un tanto precipitada y, sobre todo, con más lentitud de la que hacía falta.

Desde el primer momento se vio que la cornada era seria, pero no se pensaba en un fatal desenlace sino hasta que ya era inevitable.

Mucho se ha escrito también sobre la causa final de la muerte de Manolete. En 1997, el hijo del médico de Linares que atendió al torero, Fernando Garrido, revelaba que su padre le operó y dispuso que se le practicaran las transfusiones de sangre necesarias, cosa que empezó a hacerse. A las pocas horas el torero se recuperó, habló, se fumó un cigarrillo y hasta preguntó cómo había ido la corrida, aunque seguía débil. Fue entonces cuando llegó de Madrid el doctor Giménez Guinea, en quien Manolete tenía mucha confianza, y ordenó que se suspendieran las transfusiones y que se le aplicara un plasma noruego que traía consigo. Enseguida se agravó su estado y a las cinco de la madrugada apareció la muerte para llevarse su cuerpo, que no su memoria, que sigue viva y presente en una España que aquel 29 de agosto se vistió de luto.

Fue enterrado al día siguiente en el panteón de la familia Sánchez de Puerta, íntimos amigos del torero, donde permaneció algo más de cuatro años, hasta el 15 de octubre de 1951 cuando, tras finalizar el Mausoleo de Manolete, realizado por el escultor Amadeo Ruiz Olmos, se procedió a trasladar sus restos a su emplazamiento definitivo en el Cementerio de Nuestra Señora de la Salud de Córdoba.