VIENTO DE LEVANTE

Esencia de Romero

jueves, 7 de diciembre de 2023 · 09:02

La pasada semana cumplió años, 90 nada menos, una figura histórica del toreo y todo un personaje que excedió de los ruedos y proyectó su carisma más allá de lo estrictamente taurino. Curro Romero ha sido, sin duda, uno de los grandes nombres de la tauromaquia de la segunda mitad del siglo XX.

Y se ha escrito poco sobre la efeméride y hablado menos. Ya sólo por el hecho de llegar a esas edad, y estar lúcido y con la cabeza en sus sitio, un personaje público es noticia de portada, comentario y reportaje. Pocos pueden presumir de lo mismo. La pobre Conchita Velasco, otra muy grande en lo suyo, falleció al día siguiente de llegar Curro a nonagenario, pero ya llevaba años en otras mucho más tristes condiciones.

Fue especial el de Camas, desde luego, por su forma tan personal de entender el toreo, que definió como "inspiración, arte y armonía”. Para él era una forma de crear belleza sin otro instrumento que un capote y una muleta. Hace varios años fue nombrado académico de la Real Academia de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría y en su discurso en el acto de toma de posesión dijo que los toreros “no somos matarifes, aunque nos llamemos matadores".

Para él ser torero era algo que entra de lleno en la categoría de artista y su actividad frente al toro la sentía como un proceso creativo: “la armonía me sale más del alma que del cuerpo". 

No era de los que llevan una faena en la cabeza  y su quehacer en la arena dependía de muchas cosas y más factores, desde la condición del toro que tenía enfrente a su estado de ánimo, puesto que para él todo surgía a raíz del soplo de las musas: “siempre he querido transmitir todo lo que me va inspirando, dejándome llevar por lo que siento. Cuando te entregas, te olvidas de tu cuerpo, es como si vivieras un sueño”. Y no siempre se daban las circunstancias precisas para que todo fluyese como a él, y al público, le hubiese gustado.

Y en esas ocasiones, muchas más de las deseadas, cuando las cosas no salían bien, las broncas eran también tan especiales como el propio diestro que las había provocado. Sus seguidores iban a la plaza pensando en ver algo sublime, y le arrojaban ramitos de romero, o a enfadarse con sus precauciones, alivios y sus tan famosas como muchas veces esperadas espantás, que finalizaban con el lanzamiento de almohadillas -cuando Curro torea se venden más almohadillas, decían los encargados de su alquiler- o los indignos rollos de papel higiénico que le tiraban a no dar. A Curro va a venir a verle otro día su padre... y yo también, es frase miles de veces repetida por sus admiradores y que demuestra bien a las claras la consideración única que le tenían tanto sus seguidores como sus detractores. Capaz de lo peor y lo mejor, en una tarde de San Isidro se negó a matar un toro y acabó en la Puerta del Sol, en la Dirección General de Seguridad, donde pasó la noche y de donde salió para ir a torear de nuevo a Las Ventas, cuajando ahora una actuación extraordinaria que le valió salir a hombros por la Puerta Grande. Por la que salió en triunfo hasta en siete ocasiones. Y otras cuatro lo hizo por la del Príncipe en su Sevilla, desde que en una corrida en la que actuó como único espada cortase ocho orejas.

Casi medio siglo estuvo en activo y aunque no fue de temporadas largas, la de 1973 fue su campaña más extensa, con 40 festejos, no rehusó las grandes citas y toreó casi doscientas veces en La Maestranza y nunca dijo no a la Monumental madrileña. 

Nacido en una familia humilde que trabajaba mucho y ganaba poco supo alcanzar fama, dinero y reconocimiento toreando. Pero a su manera. Quien torea para comer ni torea ni come, era una de las máximas de un torero que, para otro grande, Camarón, era la esencia. Y toreando como él pensaba que había que hacerlo pasó de trabajar de sol a sol en la finca sevillana de Queipo de Llano a ser recibido, ya como Faraón de Camas,  por Franco cuando éste mandaba en España. 

Curro ha cumplido 90 años y sigue pensando que no hay que dejar de reír para ser eterno. Una filosofía que comparto.