VIENTO DE LEVANTE
¡Viva la sinécdoque!
Un año más, al reclamo de San Fermín -un santo, por otra parte, del que hay dudas de su existencia real- Pamplona se convirtió en el centro del universo, y no sólo taurino. Cientos de miles de personas de todo el mundo llegaron a la capital navarra para vivir y disfrutar las fiestas más famosas de España.
Y, como cada año, la mayor parte del pastel informativo de esta celebración ha sido para los encierros matinales, un espectáculo que concita cada mañana a miles de corredores, espectadores, curiosos y personajes que pasaban por allí y que, desde hace unos años -para muchos y gracias a la labor desinformativa de otros no pocos- se han convertido en el eje sobre el que gira todo este sarao sanferminero.
Nada, al margen de estas carreras matutinas, parece no ya importar, sino hasta que exista. Llama mucho la atención, por ejemplo, que los encargados de la retransmisión televisiva de aquellas no hagan la más mínima mención a que esas reses tan impresionantes y veloces -hay que ver cómo corren, como bólidos- serán lidiadas unas horas más tarde por tal o cual matador. Mucho menos qué pasó la tarde anterior en la Monumental de Pamplona, construida, dicho sea de paso, a imagen y semejanza de la que mando edificar Gallito en Sevilla y que la envidia y soberbia maestrante hizo derribar apenas Joselito expiró en Talavera.
Se ha montado un espectáculo sobre una parte del todo; una parte que es consecuencia precisamente de esa otra que se esconde vergonzosamente. Sin corrida no habría encierro. Algo tan obvio y fácil de entender se ha conseguido eliminar casi por completo del subconsciente colectivo, que piensa que esta celebración -en honor a quien se cree fue obispo de la ciudad francesa de Amiens y cuya leyenda no llegó a Pamplona hasta el siglo XIII- se basa exclusivamente en el traslado de los toros hasta la plaza, sin que nadie luego se pregunte qué se hace con ellos.
Los antitaurinos, animalistas de pegote y políticos de unte y pegamento a la poltrona han tenido mucho que ver en la difusión masiva de este tremendo disparate. Esto viene sucediendo desde hace relativamente poco, si se tiene en cuenta que su retransmisión televisiva es ya un clásico. Pero de un tiempo a esta parte se ha institucionalizado el prescindir absolutamente de la parte esencial y fundamental del encierro, la corrida.
Algo que recordó hace unos días Cayetano, aprovechando que fue invitado a comentar en directo la jugada, y que realizó con ello su mejor faena de lo que llevamos de temporada. Dijo el hijo pequeño de Paquirri que no entendía la razón por la cual no se comentaba nada de esa corrida de la que el encierro era un acto preliminar, y sin la cual no tenía sentido este. También, ante la atónita mirada de unos presentadores que han vuelto a dejar patente su indocumentación y falta de conocimientos taurinos, mostró su enfado por la ausencia de corridas televisadas en la televisión que pagan todos lo españoles desde hace no sé cuántos años. Muy bien Cayetano, dejándose ver, arrimándose y toreando con tanto temple como exposición y valor.
Y la parte contraria, patidifusa, sin saber qué hacer, ni decir ni cómo reaccionar. Puede que la gran actuación de Cayetano sólo sirva para que, a efectos formales, no se vuelva a invitar a ningún otro diestro para que opine en directo, pero sus palabras las escucharon y su intervención la vio todo aquel que madrugó para ver el encierro y los muchos más a los que después llegó ese mensaje que se hizo viral en redes sociales.
Lo malo es que, a quien corresponde, no parece importarle y, de momento, no ha habido respuesta oficial. Se hacen oídos sordos y se sigue, mirando hacia otro lado, a lo suyo, bailar el agua a quien manda y, como decía el gran Picatoste, aparentar normalidad. Pero la piedra lanzada hace ondas en el agua. No estaría de más que aficionados y espectadores apoyasen a Cayetano e inundasen los buzones de Televisión Española pidiendo la vuelta de las corridas a su parrilla. Que no se limiten a una parte, y encima se esconda la que fundamenta a la que se exhibe.