VIENTO DE LEVANTE

El niño que se parecía al cabo Rusty

jueves, 10 de agosto de 2023 · 07:35

Ha sido la gran noticia de lo que va de verano. Sobre todo porque nadie lo esperaba. Pero El Juli, con el sentido común que siempre le ha caracterizado y a través de un comunicado claro, conciso y bien redactado, anunció que a final de temporada dejará de torear de manera indefinida.

Hijo del que fuera novillero del mismo nombre, sin demasiado éxito -y con percance tremendo: perdió un ojo a raíz de una cornada-, desde que apenas pudo andar por sí mismo Julián López Escobar asombró a propios y, sobre todo, extraños con su pasmosa facilidad para torear vaquillas y becerras.

Con apenas ocho años ya quiso que se le matriculase en la escuela de tauromaquia de Madrid y comenzó a encandilar por su habilidad con los trastos y su saber estar ante sus oponentes, muchas veces más grandes que él.

En Valencia le conocimos cuando fue a concursar al certamen que por entonces organizaba Monte Picayo para aspirantes y noveles. El mismo en el que unos años antes Enrique Ponce se llevó su primer gran berrinche al quedar en segundo lugar. Pero El Juli sí que ganó, sin apuros y con gran diferencia sobre el resto de concursantes.

Era el año 1994 y maravilló a todos los que hasta aquel momento nada conocíamos de un chaval que no tenía ni 12 años y parecía saberlo todo sobre el toreo y sus secretos.

Y que, listo, intrépido, audaz, valiente, se parecía enormemente a uno de mis primeros ídolos infantiles: el cabo Rusty, el dueño del gran Rin Tin Tin, aquel perro que en el lejano Oeste resolvía cualquier situación de peligro en las que estuviese su pequeño amo, un huérfano que había sido recogido por la guarnición de Fort Apache y convertido en ahijado de la tropa que trajinaba contra apaches y forajidos. Una historia que tras su éxito en cine y televisión llegó a España en forma de tebeo que, con dibujo de gente como De Huéscar, Buylla, Darnís, Úbeda, etcétera, cada semana te transportaba al Valle de la Muerte, la pradera sin ley, las revueltas indias y mil aventuras más que Rusty y su fiel e inteligente can, junto al teniente Ripley y el sargento Zacarías O’Hara -a los que también hay que hacer justicia-, resolvían, como aquella incipiente figura del toreo: a plena satisfacción.

El pequeño Juli, que toreó muchísimo sin caballos, tuvo que ir a Méjico, donde la ley era entonces más abierta que por estos pagos, para poder debutar con picadores, lo que hizo el 16 de marzo de 1997 en Texcoco. Más de 300 festejos sumó antes de tomar la alternativa, ceremonia que tuvo efecto en Nimes, el 18 de septiembre de 1998 -sin haber cumplido 16 años de edad- con Manzanares padre de padrino y Ortega Cano de testigo en la lidia de toros de su amigo Daniel Ruiz.

Aquel día cosechó su primer gran triunfo en su nueva etapa e iniciaba la primera parte de una carrera del todo brillante; toreó muchísimo y triunfó casi a diario. 134 tardes toreó en 1999 y muchas fueron también las que sumó al año siguiente hasta que un toro le dio una cornada en Calahorra a final de agosto, bajando el ritmo de sus contrataciones a partir de entonces.

Los primeros años del nuevo siglo fueron así mismo brillantes, aunque ya comenzó a notarse un cierto empacho por parte del público. Una primera crisis que solventó dejando de ser apoderado por su padre y Victoriano Valencia para ponerse en manos de Roberto Domínguez, que procuró dar otro enfoque a su trayectoria, no haciendo ascos a lidiar toros de ganaderías como Miura, por ejemplo.

También dejó de banderillear pero mantuvo una constante: su capacidad para poder a cualquier toro que le echasen. No recuerdo tarde en la que estuviese aperreado ni, menos, en la que perdiese los papeles. Se le podrá discutir su estética o expresión, pero su facilidad lidiadora es innegable y ahí está su hoja de servicio para demostrarlo: 1.851 corridas de toros toreadas, 3.895 toros lidiados, 31 indultos, 2.863 orejas y 97 rabos, habiendo salido a hombros 955 veces, y en las principales plazas del mundo, en estos 25 años de matador que cumplirá en poco más de un mes.

En las últimas temporada se le ha visto torear más erguido, más vertical si se quiere, pero igual de poderoso que siempre. Nunca ha dejado de estar en las ferias y en primera línea y, cuando piensa que es el momento oportuno, plantea un adiós indefinido que le ahorra los disgustos del declive. A Rusty no me lo imagino ya de adulto.