VIENTO DE LEVANTE

La fuerza de los millenial

jueves, 28 de septiembre de 2023 · 08:02

Con el adiós de El Juli se ha puesto la lupa sobre una generación de toreros que, habiendo tomado la alternativa en torno al cambio de siglo, siguen en activo y copando puestos en los principales carteles. Y sin que a muchos de ellos parezca que les avise el reloj biológico. Ahí siguen.

Pocas veces a lo largo de la historia de la tauromaquia se ha dado el caso de tantos toreros coetáneos que hayan durado tanto. Sí que ha habido diestros que, de manera excepcional, han dilatado su carrera en el tiempo: Lagartijo se mantuvo en activo como matador casi 30 años; Frascuelo se cortó la coleta tras 23 campañas desde su doctorado; Belmonte tomó la alternativa en 1913 y se retiró en 1936, Antonio Ordóñez se doctoró en 1951 y toreó su última corrida en 1981, aunque entre medias hubo muchos años que estuvo retirado -como también sucedió con Antonio Bienvenida, Luis Miguel Dominguín o Antoñete- y así se podría elaborar una lista bastante extensa de diestros que tuvieron una larga trayectoria profesional. 

Durante la década de los años sesenta del pasado siglo, en los que coincidió un muy numeroso grupo de grandes toreros, pocos fueron los que tuvieron una vida profesional que fuese más allá de los 10 ó 12 años. El Cordobés -que luego protagonizaría distintas etapas ya con menor importancia-, El Viti, Camino o Diego Puerta -uno de los pocos casos en los que tras la retirada no sucumbió a la tentación de la vuelta-, no se eternizaron en los ruedos a pesar de su enorme talento, tirón en el público y poder en los despachos.

Más llamativo es el casos de, por ejemplo, Litri, que desde que se convirtiese en matador en 1950 hasta su adiós definitivo en 1967 -si bien toreó luego de manera puntual en algún festejo muy especial- cumplió apenas siete temporadas completas. Mondeño o El Pireo, que deslumbraron al llegar al primer escalón de su categoría fueron fugaces y muchos otros que despuntaron en un primer momento luego se fueron difuminando o apagando sin dejar especial huella o, siendo grandísimos toreros, acabaron como cabecera de un renglón inferior.

Un factor ha sido clave, en todos y cada uno de los períodos en los que se divide la historia del toreo, para determinar la duración de un torero: el toro. Del animal fiero y sin apenas selección de los tiempos románticos al animal depurado y diseñado casi al milímetro de nuestros días hay que extraer la clave para explicar la mayor o menor cantidad de años que un diestro podía aguantar en primera línea, aunque siempre hubo excepciones, como es bien  sabido.

Pero la norma general es que hasta hace más o menos medio siglo, el toro era mucho más fiero, mucho más encastado, peligroso -durante la llamada Edad de Plata del toreo se recoge la media más alta de desgracias y tragedias de la fiesta- y exigente. No era fácil estar ante un animal que, con mucho menos peso y volumen que los que ahora se lidian, tenían muchísima más ferocidad, movilidad y agilidad y se comían a quien se pusiera ante ellos. Una figura que estuviese en todas las ferias debía tener un soporte físico y mental extraordinario para aguantar un día y otro midiéndose a toros como aquellos... y a un público también más difícil de contentar. No es de extrañar, pues, que en cuanto creían tener el riñón cubierto dijeran hasta aquí hemos llegado.

Ese aspecto económico también influye no poco ahora, con una agencia tributaria insaciable que no da abasto para mantener a tanto cargo -o carga- que cuesta un ojo de la cara y no produce absolutamente nada. No son pocos los matadores que no se deciden a dejar paso o vuelven tras haberse ido precisamente por las cuentas de Hacienda...

El toro que ahora se cría, mucho más voluminoso, sí, con mayor durabilidad, también, pero con su casta muy rebajada, permite que la vida laboral de un torero -que además cuenta con una mucho más sofisticada y efectiva preparación física y psicológica así como una capacidad técnica muy superior a la de entonces- se prolongue bastante más de lo hasta ahora habitual, pese a que estar delante de un toro siga siendo algo sólo posible para gente fuera de lo común.

Las figuras millenial, surgidas en torno al inicio del siglo XXI, continúan dando guerra y, aunque todo tiene su fin, de momento ahí están, en todo lo alto.