VIENTO DE LEVANTE
A Pedro no le hacen caso
Pese al buen sabor de boca que queda tras las ferias de Albacete y Murcia; al entusiasmo que se vive a diario en Algemesí y al gran ambiente de la Feria de Otoño de Las Ventas, no todo es de color de rosa en torno al fabuloso mundo de los toros. Una amenaza evidente se cierne sobre el mismo sin que, al parecer, nadie se lo tome en serio. O todo lo en serio que se debería.
Ya se abe que en el cuento popular (al que, en su versión nórdica, Prokófiev puso música y convirtió en una sinfonía que terminó superando -en el tiempo, sobre todo- a su autor), nadie daba crédito ni hacía caso a los avisos que un travieso pastorcillo hacía sobre la presencia de un lobo en los alrededores del prado donde pastaban sus ovejas y las de su colegas. Claro que estas advertencias eran hechas con tanta frecuencia, y sin que apareciese el lobo por ningún lado, que ya nadie hacía caso al pobre Pedro cuando se desgañitaba gritando que venía el lobo. Ya está otra vez el chalao este dando la murga con lo del lobo, decían sus vecinos, sin prestar ya atención alguna a los mensajes de alerta que de a cada poco lanzaba Pedro, que, sí, la verdad es que se puso pesadito con lo de que viene el lobo...
Pero un día, vaya por Dios, el lobo apareció y pese a que el pastorcillo se quedó afónico gritando y anunciando el ataque de la tan temida fiera, nadie le creyó y el lobo acabó con todas las ovejas.
Ya hace mucho tiempo que la nueva política de izquierda ha dejado claro que tiene a la tauromaquia en su punto de mira, evidenciando no ya antipatía o animadversión, sino verdadero odio contra todo lo que tenga que ver con la cultura del toro. Principalmente por que la asocian a un modelo de sociedad y Estado -no saben nada acerca del rito, la liturgia, el origen, implicaciones, conexiones o fines- que a ellos no les va bien y combaten con todos los medios a su alcance, que cada vez son más y mayores, buscando su abolición.
Con un autoritarismo que da miedo, denigran y acorralan a una actividad legal, que da de comer a cientos de miles de personas y que representa una de nuestras más originales señas de identidad y una genuina manifestación de la cultura española, tratando de eliminarla, sin reparar en las consecuencias ni en los afectados.
Desde el Ministerio de Cultura, que nunca cayó tan bajo, hace ya un tiempo que se ha iniciado una nueva campaña en esta línea, y si la supresión del Premio Nacional de Tauromaquia -justificada por la consulta hecha por el execrable Urtasun a un puñado de amiguetes que, claro, le dieron la razón obediente y ciegamente-, que no era sino una propina, ya dejaba ver por dónde iban los tiros, poco después convocó un debate en el Congreso para ir preparando el campo para una ofensiva masiva y puede que definitiva en pos de su objetivo. Junto al inexplicable e indefendible Errejón, y con el subterfugio de la protección animal, reunió a una caterva de reconocidos y exaltados activistas comunistas y antitaurinos para dar cobertura y apariencia plural a un atentado contra algo que, paradójicamente, tendrían que defender con uñas y dientes si de cultura se habla. Pero no. Van a por los toros. Quieren que desaparezcan y mejor antes que después. Y a la vista de cómo se les defiende desde el otro lado, vaya si lo conseguirán; el nuevo adalid de la derecha moderna y enrollada sale, después de haber estado en un tentadero con un torero amigo, con que es antitaurino y como tal se declara en el Parlamento Europeo, votando contra subvencionar la cría de toros de lidia, tildando a las corridas de “crueldad, abuso y tortura". Lo que faltaba. No ganamos para listos, caraduras y oportunistas como éste, que, por imagen, votos u otras razones inconfesables, cargaba contra los empresarios del sector, a los que acusa de organizar “un espectáculo de brutalidad, crueldad, tortura, violencia y malos tratos contra un animal por mero ocio". Espectacular.
En Baleares PP y VOX se tiran los trastos a la cabeza a cuenta de la asistencia de los menores a las corridas y, por si faltaba algo, la única plataforma que daba toros en televisión a nivel nacional, ante el roto económico que ha supuesto su gestión, corta la temporada y deja a los aficionados sin su espectáculo favorito. Y los mandamases del negocio taurino, como siempre, impávidos, sin mover un dedo, dejando que sean otros los que les salven la cara... ¡Que viene el lobo! Como quien oye llover...
A este paso sí que va a tener razón Pedro, que también podría apellidarse Sánchez para dar más miedo, y el lobo terminará no con las ovejas, sino con los toros.