VIENTO DE LEVANTE

También mucha gente buena

Por Paco Delgado
jueves, 14 de noviembre de 2024 · 07:49

Son éstos días de dolor, desazón y zozobra. El desastre vivido en muchas zonas de España, y especialmente en la zona sur de Valencia, deja un paisaje dantesco y desolador. Se han perdido muchas vidas -una sola ya hubiese sido demasiado- pero también miles de empresas, negocios, hogares y vehículos.

Y millones de ilusiones, proyectos y planes truncados, deshechos y esfumados, convertidos en barro, lodo y desesperación. Una auténtica catástrofe. Una pesadilla que, como plaga bíblica, cae sobre esta parte de la península con una frecuencia casi exacta y precisa sin que, curiosa y alarmantemente, nadie haya hecho nada para solucionarlo -al contrario, se hizo en su día... para paralizar los proyectos que trataban de impedir que esto que ha ocurrido sucediese- y sin que, me temo, nadie haga nada para tratar de evitarlo en un futuro que siempre llega. 

Estamos en manos de incompetentes, desaprensivos e inútiles que sólo piensan en ellos, en medrar, en su propio bien y, en segundo plano, en el partido que les colocó en su puesto o cargo para el que ni están capacitados ni preparados. Para nada en la gente a la que, se supone, tienen que servir, evidenciando un gigantesco y dramático error de planteamiento en sus prioridades, puesto que, se ha demostrado ya mil veces, es el pueblo soberano el que parece estar al servicio de esta legión de sinvergüenzas que, por acción u omisión, nos llevan a una ruina que ya es cierta tras esta última hecatombe sufrida. 

Este país vive rehén de los políticos y sus intereses y la historia ha dejado claro -aunque a nadie le guste reconocerlo ni recordarlo- que eso lleva a males mucho mayores. Quien olvida su pasado está condenado a repetirlo, dijo no sé quien, pero tan cierto como que vamos ya muy rápido hacia el precipicio.

Sin embargo, en medio de tanta desgracia, hay motivo para la esperanza y confianza en que no todo está perdido. Los miles y miles de voluntarios que a lo largo de las últimas semanas han poblado caminos y carreteras de Valencia para ayudar en la medida de sus posibilidades, es una clara muestra de que también hay gente buena. Personas, muchas de ellas llegadas de otros puntos de España, que lo han dejado todo para echar una mano, llevar agua, comida, quitar barro o dar una palabra de ánimo. Admirables todas.

Y en este contingente solidario la gente del toro no se ha escaqueado -al contrario que la clase política, de primera línea o subalterna, a los que no se ha visto mancharse de barro ni asomarse siquiera al frente-, arrimando el hombro y dándolo todo. Desde el minuto uno hubo toreros que no dudaron en ir a la zona cero y ponerse manos a la obra. No quiero dejarme a ninguno, aunque mi memoria falla y tampoco tengo a mano la lista de los muchísimos que han demostrado corazón y humanidad, pero ahí están Ginés Marín, Manuel Escribano, Paco Senda, Pascual Mellinas, José Luis Villaverde, Aarón Palacio, Luis Blázquez, Nek Romero, Juan Alberto, Juan Alberto Torrijos, Simón Andreu, El Niño de las Monjas, el propio Vicente Barrera, Gregorio de Jesús, que tras lograr salvar su ganadería y tras arreglar a sus animales, cada día se acerca hasta Algemesí para ayudar en lo que puede, como el también ganadero Pedro Jovani o  los alumnos de la escuela taurina de Valencia, que, con sus profesores a la cabeza, Víctor Manuel Blázquez y José Manuel Montolíu -y el director del Centro de Asuntos Taurinos de la Diputación, Toni Gázquez-, cada día acudían a doblar el lomo en socorro de los vecinos afectados por la dana y sus consecuencias. Y muchos otros que, como digo, mi memoria no les hace el grandísimo honor que tienen y merecen.

Tampoco hay que olvidar que enseguida, con El Soro a la cabeza, hubo ofrecimientos y planes para organizar festivales a beneficio de las víctimas, concretándose ya los que se darán en Madrid, Albacete, Sanlúcar y Villaseca de la Sagra, estando por ver el quien y el dónde del anunciado para Valencia y el previsto en Salamanca. Y las plazas de Sevilla y Azpeitia dan parte de sus beneficios para los damnificados.

Gente buena, gente extraordinaria, gente que te llega a lo más hondo y que tienen una mucha mayor talla que tantos y tantos paniaguados por las siglas y a los que mantenemos, por los siglos, a cuerpo de rey y a lo tonto, sin que haya correspondencia y, lo peor, creyéndose que les es debida y merecida tamaña y desmesurada pleitesía.