VIENTO DE LEVANTE
Méjico se escribe con T
Con T de toros. Con T de triunfo. Y con T de todos, porque la fiesta taurina es de todos y para todos. No puede ser eliminada por antojo de unos pocos como tampoco se puede suprimir el derecho de tantos a disfrutar de una profesión, una fuente de ingresos o un espectáculo que atrae a millones de personas.
Fue una alegría la decisión de la Segunda Sala de la Suprema Corte de la Justicia de la Nación, que revocó la orden que impedía la celebración de festejos taurinos en la plaza más grande del mundo, la Monumental de la capital federal de aquel país, cerrada para la tauromaquia desde hacía casi dos años por capricho de unos pocos que, en su derecho, faltaría más, de querer que los toros no tengan dueño, pasten libre y tranquilamente por las verdes praderas sin que nadie les moleste ni, mucho menos, les lleve luego a morir a estoque a un escenario al que los animales no quieren ir por su propia voluntad, habían conculcado los de muchísimos más que viven de la práctica de la tauromaquia en sus muchas variantes o disfrutan presenciando su desarrollo, así como los de aquellos a los que les cuesta un dineral el criar, a cuerpo de rey, a estos animales que de seguir amparados por quienes dicen, o pretenden, defenderles, haría ya mucho que hubiesen desaparecido de aquellas verdes praderas y hasta de la faz de la tierra, quedando sólo ejemplares aislados que vegetarían, tristes, mustios y melancólicos, expuestos en algún zoológico y su recuerdo limitado a hemerotecas. En fin...
Gracias a Dios, aunque con mucho retraso y no poco perjuicio, se impuso la cordura y el día 28 de enero se produjo la reapertura de uno de los cosos más importante del mundo y, desde luego, de Méjico, fundamental en la historia del toreo y en cuyo ruedo han triunfado los que son tenidos como grandes figuras de todos los tiempos a uno y otro lado del Atlántico.
La expectación fue máxima, poniendo en evidencia la gran afición que existe por el espectáculo taurino, y se agotó el boletaje con bastante antelación, otra muy buena señal. Luego, como tantas veces sucede, aquel clamor se tornó en disgusto y la cosa, en lo artístico, no acabó de salir como se esperaba, llevándose la peor parte Roca Rey, sobre quien recayó el peso del cartel y que fracasó con cierto estrépito, como a tantas figuras les ha pasado en algún momento.
Sin embargo, a los tres días, otro juez admitía un nuevo recurso de los antitaurinos, con lo que la celebración del resto de festejos anunciados parecía imposible. Méjico se escribía ahora con con T de tobogán, de trampa, de torpedo, de traición y de trastorno. Menos mal que la empresa reaccionó con agilidad, habilidad y diligencia y logró bloquear lo que hubiese supuesto un verdadero desastre.
Méjico se escribe otra vez con T de toros, de triunfo y de todos. Y con J, de justicia, porque la fiesta taurina es de todos y para todos. Y con X, naturalmente, que no son pocos los aficionados de esta República los que -algunos hasta de manera violenta y con insultos- me lo recuerdan. No se lo tomen a mal, no es por aversión, fobia, mala idea ni nada parecido; son muchos los amigos, que por allí tengo y a los que nunca quisiera ofender. La RAE, y ya lo he explicado en alguna otra ocasión, permite el uso de la jota en la escritura del nombre. Y esta letra me parece mucho más sonora, más contundente, más potente y más rotunda que la equis: jamón, navaja, remojo, bruja, jacaranda, julepe, rejón, raja, rojo... Además no precisa para su pronunciación el tener que unirla a otra letra para su refuerzo oral. Méqsico. Méjico, con jota, perdónenme, me suena más imponente. Y tampoco acostumbro a escribir ni, por descontado, decir, London cuando me refiero a la capital de Inglaterra, ni New York, ni Beijing, ni Moscow. Ni siquiera Catalunya, que tanto se lleva ahora en nuestro tan crispado, enrarecido y desquiciado ambiente político y entornos progres. Ni clotxina, ni petxina, ni pintxo. La cehache también existe.
Tampoco voy de talibán ni reaccionario. Se trata de libertad, ese término que tan a favor se usa y esgrime, por lo común sólo cuando interesa, desvirtuando su interpretación y vaciando de contenido su espíritu. Libertad, libertad, cuántos disparates se cometen en tu nombre, que dijera La Rochefoucault...