VIENTO DE LEVANTE

Algo sencillamente esencial

jueves, 14 de marzo de 2024 · 07:08

En todos los ámbitos de la vida, en lo personal y lo profesional, el respeto es fundamental, tanto para con uno mismo como, más, con los demás. Si no se guarda una mínima consideración para con quien te rodea, el conflicto está servido y con él llega todo lo peor.

Entre las cualidades que puede tener una persona, hay pocas tan dignas e importantes como el respeto, esencial para tratar con los demás y necesario para cualquier tipo de relación. Pero es algo que no se consigue de manera gratuita o por concesión graciosa, se consigue sólo con nuestras acciones. No es tan importante el viaje como la forma en que tratamos a los que nos encontramos por el camino. Debemos aprender a vivir juntos como hermanos o perecer juntos como idiotas, decía el pobre Martin Luther King, al que uno de esos idiotas, y fanático, acabó matado a tiros. No aprendemos. Y muchos ni quieren hacerlo.

Hace unos días, en uno de los coloquios que sirven para animar el cotarro y mantener la ilusión por los toros, Diego Urdiales declaraba que “no se puede faltar al respeto ni al toro ni al torero”. Naturalmente, una premisa básica, sin cuya observancia todo se va al traste y degenera en caos. Mira el ejemplo de Luther King. Pero al torero riojano, en su consideración y alegato por los modos y la educación, le faltó incluir a su lista un tercer elemento: el público. La fiesta taurina, o más bien, el negocio taurino, se mantiene y sostiene gracias a tres pilares esenciales: toro, torero y público. Tres elementos que hacen que el espectáculo funcione. Pero, claro, deben ir unidos e inseparables. La ausencia de uno de ellos hace inviable el invento. Y tan importante son uno como los otros. Bien cierto es que el toro y el torero son protagonistas, pero sin publico que aplauda, se emocione y antes haya pagado por verles, su papel desaparece. No olvidemos al público. 

Pero, lamentablemente, muchas veces se le olvida. O se le hace de menos. O, peor, se le desprecia abierta y descaradamente. Y estúpidamente, pues hay que recordar que sin su presencia, y aportación, el tinglado se va al garete. 

Sin embargo el taurino -término que debería englobar a todo aquel que tenga relación con el toro, su entorno y todo lo que conlleva pero que de un tiempo a esta parte viene referido únicamente a quien maneja el cotarro en cualquiera de sus muchos aspectos- parece empeñado en ignorar a quien pasa por taquilla. A su cliente. No ya por que no le preste el cuidado que merece y precise, olvidando que a quien compra nuestros productos o requiere nuestros servicios hay que procurarle todo tipo de atenciones, al margen por supuesto, de no defraudarle en el trato, sino porque muy a menudo se dan situaciones que rayan en el fraude.

Hace unos días fue muy comentada la actuación de un diestro español en una importante feria mejicana, en la que lidió unos animales cuya presencia, para una corrida de toros, era claramente indecorosa. Falta de respeto a quien paga, por parte del organizador de la función, por parte de la autoridad que consiente, por parte del torero que se presta y por parte de quien luego, en los medios de comunicación, vende aquello como hazaña o algo extraordinario. Eso no hace bien a nadie.

El que fuera hombre de confianza de los hermanos Lozano, Manolo Cano, especialmente en su estancia al frente de Las Ventas,  no tuvo reparo en sentenciar que “lo que es bueno para los taurinos es malo para el aficionado, y al revés”. Una divergencia en la que parece difícil encontrar un punto de encuentro, y menos si recordamos episodios como el protagonizado por cierto presidente de una importante plaza de primera, que ante los problemas que un famoso ganadero tenía con los veterinarios para pasar los torillos que había presentado, le animaba diciendo que no se preocupase, que esa corrida “la vamos a salvar”, mucho mas preocupado por sacar las castañas del fuego al que intentaba colar un encierro impropio para la plaza que se trataba que de defender al público al que iba destinado.

Hay que tener y guardar respeto al toro, y al torero, faltaría más, pero consideración así mismo para la gente que paga una entrada y hace que con su asistencia y dinero pueda seguir existiendo el primero y toreando el segundo.