VIENTO DE LEVANTE

Baraka, baraja y borrajas

jueves, 21 de marzo de 2024 · 09:02

No todos los días se tiene la oportunidad de presenciar un festejo tan emocionante, interesante e intenso como el que protagonizó Román el pasado día 10 de marzo en el inicio de la feria de fallas. De los que reconcilian con un espectáculo muy maltratado y de los que, de verdad, hacen afición.

Quiso el torero valenciano celebrar el décimo aniversario de su alternativa sin esperar a que llegase el día que hubiese correspondido -se convirtió en matador el 7 de junio de 2014, en Nimes, con El Juli y Castella de padrino y testigo, respectivamente, y toros de Garcigrande-, y desafiando a los agoreros que piensan que trae mala suerte celebrar cumpleaños y efemérides antes de que toque, convenció a la empresa gestora del coso de Monleón de la conveniencia de hacer algo especial al respecto y de ahí salió la ocurrencia de actuar en la feria fallera en una corrida como único espada ante seis toros de distintas ganaderías.

Un reto de grandes dimensiones, una apuesta arriesgada y un órdago con el que podía hacer saltar la banca o perder hasta la camisa. O algo más. Al final, digan lo que digan los puristas, exigentes y taurinos recalcitrantes, si hay que calificar su gesta hay que hacerlo como un éxito. Un triunfo, se mire por donde se mire. La plaza registró una muy buena entrada tratándose de una función muy descolgada del meollo de la feria, cortó dos orejas, salió a hombros por la puerta grande en una plaza de primera y en una feria tan importante como el serial de San José. 

También dejó patente una disposición, entrega y actitud que, aun ya de sobra conocidas, deben servirle para tener esta temporada más oportunidades y más, y mejor, sitio. De manera inmediata y puntual, desde luego, una victoria, aunque al haber dispuesto de seis ejemplares quizá se antoje corto su balance, habida cuenta también de que hubo ejemplares con muchas posibilidades.

Y, por si fuera poco, salió del envite sin más daños que un par de volteretas que, aunque aparatosas, no produjeron más que magulladuras y contusiones. Enrique Amat, hombre culto, leído y de talante divulgador y didáctico, tras lo sucedido en esa corrida hablaba de la “baraka” de Román, pero sin explicar que es un término usado por los moros del norte de África para designar una especie de bendición que afecta a muchos ámbitos de la vida y que cuenta con varias acepciones. Y la primera de ellas es la de protección, la suerte divina, el amparo que el cielo derrama sobre los elegidos.

Una palabra que se popularizó e hizo famosa cuando los yebalíes  del noroeste de Marruecos le atribuyeron este don al entonces capitán Francisco Franco Bahamonde, quien, tras otros muchos lances de riesgo en la campaña de África a principios del siglo XX, en la batalla de El Biutz, entre Tetuán y Tánger, eludió milagrosamente la muerte, y con un balazo en los cojones no sólo aguantó a lomos de su caballo y al frente de la tropa que mandaba sino que ganó aquel combate. Ese episodio, así como otros tantos, hizo que los nativos le atribuyeran un toque divino que le salvaba de morir y que le acompañó a lo largo de toda su vida; desde evitar un terrible accidente de ascensor en febrero de 1965, hasta escapar de varios atentados perpetrados contra su persona, Franco  eludió tantas veces a la muerte que se ganó a pulso la leyenda que le rodeaba y que se forjó a sangre y fuego en Ceuta, aunque, finalmente, y a pesar de contar también con la ayuda de la mano incorrupta de Santa Teresa que guardaba en su mesilla de noche, no pudo escapar a la tromboflebitis que se lo llevó para siempre en el otoño de 1975. 

Román, desde luego, tiene baraka, y ha escapado de varias muy graves cornadas sin perder ni el valor ni la firmeza ante la cara del toro: entrar a matar a alguno a los que se enfrentó el otro día era para echarse a temblar y a él no le falló el ánimo. Y aunque hubo algún despiste, si no los hubiera no hablaríamos de Román, en conjunto supo jugar muy bien las cartas que el destino barajó para su hazaña. Desde la elección del ganado, de irreprochable presencia y de comportamiento desigual pero que captó siempre la atención del espectador, hasta su orden de salida, dejando, como dicen que hay que hacer en estos festejos de seis toros para un único torero, los toros que más le iban para segundo, quinto y sexto turno. Se llevó una oreja del segundo, otra del sexto y una paliza del quinto, lo que también ayudó para, pese a estar aturdido y conmocionado, poner a la gente todavía más a su favor cuando se vio que él daba la cara y todo su esfuerzo no quedase en agua de borrajas.