VIENTO DE LEVANTE

De héroes y miserables

jueves, 7 de marzo de 2024 · 09:07

Cuando las cosas vienen bien dadas es muy fácil dárselas de impecable, atento, solícito y etcétera. Y parecerlo. Lo difícil, y más raro, es serlo cuando surgen problemas o aparecen dificultades que exigen sacrificios o esfuerzos que puede que no tengan reciprocidad. Ahí es donde está el mérito.

Siempre se ha dicho que los años bisiestos -llamados así desde que Julio César, antes de nuestra era, para ajustar el calendario romano añadiese un día al mes de febrero, el sexto antes de las calendas de marzo, al que se denominó sexto bis- son dados al desastre y proclives a la desgracia. Año bisiesto, año siniestro, dice nuestro sabio refranero. En 1792 comenzó a funcionar la guillotina, en1912 se hundió el Titanic, 1936 marcó el comienzo de la guerra civil española,  el campo de concentración y exterminio de Auschwitz inició su macabra labor en 1940, un grupo terrorista palestino asesinó en 1972 a muchos atletas en la Olimpiada de Munich, 2004 nos trajo el horror de la masacre de Atocha, la pandemia del coronavirus nos confinó en casa y descabaló al mundo en el año 2020... siempre años bisiestos. Por cierto, también en 1972, y el 29 de febrero, nació nuestro actual señor presidente del gobierno...

Y hace unos días, a poco de arrancar este 2024, también bisiesto, un terrorífico incendio destruía un edificio en Valencia y dejaba sin hogar, pertenencias, recuerdos... sin nada, a más de 500 personas, y se cobraba 10 víctimas mortales. Una tragedia descomunal, por sus dimensiones materiales y humanas, que nos tiene todavía con el corazón encogido y temblando con sólo recordarlo. Y en esta hecatombe se ha visto lo mejor del ser humano. Empezando por el valor del portero de la finca, que poniendo en juego su pellejo, fue avisando a los vecinos puerta por puerta para que evacuasen el inmueble y se pusiesen a salvo, y terminando por los bomberos que acudieron a sofocar las llamas y rescataron, con no poco riesgo para ellos mismos, a un buen número de personas atrapadas por el fuego.

Una calamidad de proporciones mayúsculas en las que, ahora sí, las autoridades locales y autonómicas, reaccionaron con rapidez, sensibilidad y eficacia, como se espera de servidores públicos que son.

Pero esta desdicha ha servido para que emerja a su vez la estupidez humana. La proximidad de la tragedia con la celebración de las fiestas de fallas llevó a un grupo chirigotero de Cádiz, acogiéndose a la libertad de expresión y un muy dudoso resquicio para el humor negro, a hacer una gracia a costa de las víctimas de este incendio. Una gracia que maldita sea, y que retrata perfectamente a sus autores e intérpretes, desalmados y miserables. Lo peor siempre sale a relucir.

Como ha salido, no podía ser de otra manera, a cuenta de los recientes percances sufridos por dos toreros mejicanos, José Alberto Ortega, al que un toro casi arranca la cabeza en Tlaxcala, y Héctor Gutiérrez, que vio en peligro su vida al recibir una tremenda cornada en el muslo derecho mientras toreaba a su primer oponente en la Monumental mejicana. Dos diestros que, en el ejercicio de su profesión, han estado al borde la muerte y de cuyo dolor ha hecho befa y mofa una increíble cantidad de gentuza, burlándose de ellos, lamentándose de que no hubiese sido más grande el mal sufrido, quejándose alguno de que nadie se acordaba de los toros que habían ocasionado sendas heridas y que ellos sí acabaron muertos... en fin, una retahíla de despropósitos y sandeces que les dejan en muy mal lugar -como a los graciosos de Cádiz- y cuyos comentarios, aunque ellos no lo crean, hacen que la tauromaquia se muestre como algo muy grande.

Por cierto, y siendo como digo y todos sabemos, algo extraordinario  y por completo fuera del alcance del común de los mortales lo que un torero lleva a cabo, no es de recibo tampoco que alguno de los que se visten de luces trague con ponerse ante animales que rayan en lo indecoroso, como sucedió hace unos días en una importante feria mejicana y en la que un diestro con ínfulas de figura paseó un rabo de un torillo que parecía más un becerro que otra cosa. Un héroe, como el portero de la finca siniestrada en Valencia o los bomberos que acudieron a la misma, no lo es por llevar las bolsas de basura al contenedor o apagar una cerilla y sí por realizar proezas como las que protagonizaron. Un torero no puede rebajarse a lidiar animales que dan pena. Ni los que lo cuentan, poniendo por las nubes al artista, engañar al personal.