VIENTO DE LEVANTE
Hechos y derechos
Su ancestral dominio de la propaganda ha hecho que el anuncio del Ministro de ¿Cultura? avisando de la supresión del Premio Nacional de Tauromaquia corra como la pólvora y soliviantado, sobre todo, a los aficionados, a los que no faltan motivos para el disgusto.
Y es que lo de menos es el Premio en sí, 30.000 euros no van a ningún sitio ni sirven para tapar muchos agujeros tal como está hoy la vida. Lo que molesta, irrita e indigna es lo que deja ver esa postura. Y la chulería del responsable de una de las carteras clave en un Gobierno que se precie. Para Urtasun está claro, la tauromaquia ni es cultura ni siquiera una actividad que deba tener protección legal, y tras comunicar que ese Premio desaparecería del catálogo del Ministerio, lo que da mucho miedo es que la cosa no se quede ahí y la poda acabe con la tala del árbol.
Lo que sería una catástrofe de proporciones incalculables y apocalípticas. Para él, y su equipo, y su colla de asesores indocumentados y apesebrados, una actividad que se manifiesta desde que el toro y el hombre, o sus predecesores, coinciden sobre la faz de la tierra y que ha acompañado a la humanidad en sus diferentes estadios evolutivos y civilizaciones, no es cultura ni merece más atención que el estudio para su abolición. Despreciando no siglos, milenios de una cultura que se ha expandido desde el Mediterráneo a todo el mundo, aportando como es bien sabido millones de claves para el conocimiento no sólo del rito táurico sino del comportamiento humano. Y que en España tuvimos el privilegio de que fuese aquí donde se desarrolló su evolución y asentamiento definitivo como fiesta, espectáculo y fuente de belleza, conocimientos y riqueza. Pero eso el Ministro, que desde la cuna vive instalado en el sistema de la mamandurria institucional, no lo sabe y lo desprecia. Doble ignorancia.
Por si acaso, y tras las cifras que aportó para justificar la endeblez y declive del negocio taurino, publicando torticeramente datos de los años inmediatamente siguientes a la pandemia que arrasó con todo, la Asociación Nacional de Organizadores de Espectáculos Taurinos (ANOET) ha hecho muy bien, y oportunamente, publicando los datos de la última temporada, en la que se celebraron 20.821 festejos a lo largo y ancho de nuestra no por nada llamada piel de toro.
Casi 21.000 espectáculos que reflejan la enorme implantación y presencia de la tauromaquia en nuestro país, en el que ya en el siglo XIX el entonces alcalde de Valencia, el Marqués de Campo, calificó a la fiesta de toros como “la fiesta nacional”, al haber alcanzado tal nivel de aceptación que no era ya algo reservado a la nobleza, aristocracia o clase militar, sino que pertenecía al pueblo, a la nación, como decía él en carta dirigida a la entonces Reina de España Isabel II.
La celebración de esos 21.000 festejos son sin duda un hecho que demuestra que el gusto popular está por encima de las ideologías y que lo contrario es propio de dictaduras y regímenes totalitarios: se hace lo que yo quiero. Es un hecho también que tras el fútbol son los toros el espectáculo que más gente lleva y más recauda para las arcas del Estado, desmintiendo además el cuento de que son funciones subvencionadas y sufragadas por el erario (aprovecho para aclarar que decir o escribir erario público es una redundancia: erario es el conjunto de los recursos financieros de la Administración del Estado, luego...). Dos errores muy frecuentes.
Pero además de los hechos hay derechos que no se pueden conculcar así como así ni eliminar de un plumazo: de los aficionados a su disfrute; de los más de 200.000 trabajadores que viven de esta actividad o de los ecologistas de verdad, que saben que prohibir los toros significa la desaparición no sólo del toro sino del ecosistema en el que habitan, la dehesa, y eso sería otro desastre, por lo que la Fundación del Toro de Lidia, que ha presentado alegaciones ante la irregular propuesta de suprimir el Premio Nacional de Tauromaquia, enfrentada a su deber de promoción de todas las expresiones culturales, debería también hacer fuerza en la importancia, trascendencia, arraigo e implantación de la tauromaquia.
Me decía un colega que en vez de suprimir la tauromaquia lo que habría que eliminar es a ese Ministerio que la desprecia. No: a quien hay que borrar del organigrama es a Urtasun.