VIENTO DE LEVANTE

Un capote para el capitán

jueves, 13 de junio de 2024 · 07:58

El histórico estadio de Wembley -aunque en sus modernas instalaciones actuales sólo queda el recuerdo de hazañas pretéritas- se vivió el pasado primero de junio -otra fecha ya para los anales y antologías- una jornada importante. También para la tauromaquia.

El Real Madrid hizo historia de nuevo, agrandó la suya y dio otra alegría a sus seguidores, amigos y simpatizantes (que son legión en todo el mundo) conquistando una nueva Copa de Europa, y van 15, y demostrando que trabajo, esfuerzo y fe en las propias posibilidades son clave para lograr cualquier meta.

Claro que también influye la suerte -Julius Marx escribió en Las Memorias de Groucho que por mucho talento que tengas, por muy brillante que seas y por mucho que arrimes el ascua a tu sardina, si no estás en el sitio adecuado, en el momento oportuno y con la persona precisa, ya te puedes poner como te pongas que no hay nada que hacer-, pero la suerte, como todo, se busca y se pelea. Una vez más el equipo blanco demostró ser yunque y martillo. A lo largo de toda la competición se le vio unas cuantas veces al borde del KO pero no por ello bajó la guardia ni tiró la toalla, buscando su momento que, finalmente llegó. Se ha sufrido de lo lindo pero se ha disfrutado mucho más y, finalmente, se ha conseguido el objetivo. Sus rivales tuvieron sus opciones pero no supieron o pudieron materializar su teórica ventaja. 

El Madrid, en cambio, no falló y ahí estuvieron Lunin, Courtois, Rodrygo, Vinicius, Joselu, Carvajal y hasta Rudiger -que transformó en gol el penalty decisivo en Manchester- para certificar un nuevo título y dar a España una nueva satisfacción, aunque alguno haya que le duela más este triunfo que una cornada de Hacienda o las burlas de un Gobierno que daría risa si no fuese por lo que de desastre tiene.  

Y a la hora de las celebraciones, en el propio césped y tras la entrega de la tan preciada Copa, no faltó el homenaje taurino ni un futbolista que festejó el triunfo dibujando unas verónicas al viento londinense. 

Una práctica que puso de moda Raúl, popularizada cuando toreó en el Parque de los Príncipes de París tras la consecución de la octava Copa de Europa en 2000, y que imitaron luego tanto otros, especialmente Sergio Ramos y Joaquín, otros dos fanáticos de la cosa taurina. 

Ahora fue Nacho, el capitán del equipo, que se hizo con el capote que hasta Londres se llevó Román, ejemplo así mismo de optimismo y perseverancia, para dar rienda suelta a su entusiasmo imitando a su amigo Talavante y recibiendo los oles y admiración de sus compañeros que le hicieron corro -especialmente de un hipnotizado Rudiger, que descubrió la fiesta en Las Ventas y quedó maravillado por lo que hacen los toreros- y del público del córner donde tuvo lugar la escena.  Una escena, por cierto, que no se pudo ver en televisión ya que en un patético ejercicio de censura se suprimieron estas imágenes ¿Qué razón había para ello? ¿Qué daño moral puede haber en esta expansión? ¿Qué sensibilidad puede ser herida con una improvisada y apresurada sesión de toreo de salón? No se entiende. Pero así fue. 

Una vez más quedaron patentes, al menos, dos cosas. Por un lado no se puede negar el poderoso influjo y la enorme atracción que tiene el toreo en nuestro, todavía, país y nuestra, de momento, sociedad. Hasta en esos detalles y anécdotas se percibe y aflora, sin necesidad de ahondar en razonamientos y ejemplos que lo demuestran hasta la saciedad. Por otra parte tampoco se puede negar, y sí que hay que temer, el grado de estupidez y atontamiento al que se está llegando en las altas instancias y cúpulas directivas de quien maneja el cotarro y que quiere hacer lo mismo con nuestras vidas, imponiendo un criterio único, el suyo, y un patrón de pensamiento y comportamiento que excluye todo lo que a ellos les parezca mal. 

Aldous Huxley ya nos avisó, hace casi un siglo, de hacia donde iban los tiros  y no se le hizo mucho caso. Ese mundo feliz al que ahora nos quieren de nuevo llevar a la fuerza lo es sólo para ellos. Y son muchos los que les bailan el agua y se vanaglorian satisfechos de su aportación sin darse cuenta de que también acabarán con grilletes en los tobillos. Y en la mente.