VIENTO DE LEVANTE

Comandante sin galones

Por Paco Delgado
jueves, 20 de febrero de 2025 · 08:03

Ha sido uno de los últimos románticos del toreo. Un personaje, en toda la extensión de la palabra, de los que ya no quedan y que representó a la perfección el papel del taurino bohemio que a base de argucias, estratagemas y artimañas consigue montar una corrida o poner a uno de sus toreros.  

Hace unos días llegó la noticia, fatal y definitiva. Ha muerto Paco Dorado. El Comandante Dorado. Un mazazo. Era uno de esos personajes que te atrapa y que no te deja indiferente. Y al que te vinculas ya para siempre, a pesar de la distancia y el distanciamiento. A pesar de los pesares. Se hacía querer.

Pícaro, sinvergüenza, trapacero, desfachatado, charlatán... un canalla, pero de un gran corazón. Optimista por naturaleza, siempre sonriente, con su whisky en la mano y buena cara, aunque por dentro él sabía lo que estaba pasando. Y amigo de sus amigos. Más de una vez le vi, en sus momentos de esplendor y éxito, echar mano al bolsillo y dar todo lo que llevaba, que entonces era mucho, a un modesto novillero en apuros, a un viejo conocido muy venido a menos o a un costalero menesteroso. También ayudó a un antiguo banderillero, ya enfermo y abandonado por su mujer e hijo, y enterado de dónde vivían, en Tarragona, lo llevó hasta allí y convenció a la familia para que le acogiesen -y con la nueva pareja de la ex mujer en casa...- y le cuidasen.

Era muy generoso y tenía recogida en su refugio a buena parte de sus amistades menos favorecidas por la fortuna, a quienes encomendaba misiones y encargos cuando montaba funciones de poca monta en pueblos y aldeas perdidas. Chapuzillas que, naturalmente, casi nunca salían bien. Pero no perdía ni la esperanza ni su sempiterna sonrisa. 

De jovencito quiso ser torero y fue maletilla, aunque no llegó a torear en serio. Siendo empleado de una empresa láctea, era repartidor y llevaba el producto en una furgoneta, vio un buen día que un chaval andaba preguntando a ver quién le podía llevar hasta Barcelona o lo más cerca posible, pues le habían ofrecido torear en San Felíu de Guixols y tenía que llegar allí como fuese y no tenía muchos medios para hacerlo. No tuvo que escuchar nada más; de inmediato abrió las puertas de su vehículo y, olvidándose de la leche y su reparto, se plantó a las puertas de aquella plaza para que el torerillo sin recursos torease. Aquel aspirante a torero era Tomás Campuzano y con el comenzó su carrera como apoderado. 

Su momento de apogeo llegó cuando se hizo cargo de Manuel Díaz, entonces apodado “El Manolo” y a quien convenció para que usase el alias de “El Cordobés”, dando lugar a una campaña mediática y publicitaria que les hizo famosos y puso en circulación. Dicen que El Cordobés padre estaba detrás de la operación pero nunca logró que ambos toreasen juntos, pese a que ofreció una auténtica fortuna para que así fuese.  Con el nuevo Cordobés alcanzó fama, reconocimiento e influencia, llegando a ser también empresario de plazas de la importancia de Córdoba, nada menos, Algeciras, Antequera o la de la Valencia venezolana. Y Benidorm, donde estuvo un tiempo y protagonizó un montón de divertidas anécdotas, sobre todo para el espectador ajeno a sus trapisondas. 

También apoderó a  otros toreros -llegó a serlo de Manzanares padre tras firmar un compromiso en una servilleta...- pero su mejor época fue la de Manuel Díaz, del que dicen que cobraba como comisión la mitad de sus honorarios.

Poco a poco fue desapareciendo su nombre del primer plano del negocio taurino a la par que perdía su salud, falleciendo el pasado día 4 de febrero en un hospital de Sevilla a los 78 años de edad al agravarse la enfermedad que le iba minando.

Se nos fue el Comandante Dorado, sin galones pero con la fidelidad y admiración de su tropa. Un auténtico personaje, alguien de otro tiempo y que no dejó indiferente a nadie que le hubiese conocido.