VIENTO DE LEVANTE

Morante... y después

Por Paco Delgado
jueves, 5 de junio de 2025 · 07:33

La actuación del torero de La Puebla el otro día en Madrid causó impresión. Fue un auténtico acontecimiento. Un suceso. Si no fuese por lo que hay detrás de trabajo, esfuerzo, sacrificio, preparación... se diría que un milagro. De lo que no hay duda es de su consideración como extraordinaria obra de arte.

Pero es lo que tiene la condición humana, la constante insatisfacción, el no estar contentos nunca con nada, el querer más. Lo realizado por Morante dejó en no pocos un regusto amargo, un mal sabor de boca que -pese a la enorme magnitud de lo hecho en el ruedo- puede ensombrecer el conjunto de una obra excelsa e imponente. No hubo orejas. Vaya. Y se han gastado papel y bytes en cantidad para destacar más esta circunstancia que en comentar, ensalzar y admirar la faena de un torero que, definitivamente, certificó su condición de genio, habiéndose convertido, de la pandemia acá, en el torero que marca la diferencia en el escalafón.

Hasta entonces era conocido su potencial, sus maneras, su singularidad, su arte y... su capacidad, una cualidad que a muchos se les olvida pero que hace que este diestro sea de los más completos de los últimos tiempos, pese a que su etiqueta como sucesor de Curro Romero le llevó a tomárselo con mucha, mucha calma durante mucho, mucho tiempo. Pero cuando, hace cinco años, hubo que tirar del carro, tras Ponce -que fue el primero que se arremangó y se echó el toreo a sus espaldas- fue él quien  se sumó a la causa y cogió el testigo que dejó el de Chiva al comprobar que hay cosas en el sistema que no funcionan. 

 

 

Un lustro en el que puede que se haya visto al mejor Morante, aunque hay que ser optimistas y confiar en que habrá más. Y mejor. 

En Sevilla ya arrebató en la feria de abril, y en San Isidro ha encandilado. Sus verónicas de recibo fueron, además de un ejemplo, una lección de antología. Y un presagio. Su quite a cuerpo limpio a José María Amores cuando se vio apurado tras un par de banderillas, una genialidad para las enciclopedias. Y con la muleta dejó ver no ya su empaque y prestancia, de sobra conocidos, sino una colocación perfecta, conduciendo a su oponente con suaves y sutiles giros de muñeca, adornándose con una estética, ay, parece que perdida de no ser por él, metiéndose dentro del toro, enroscándoselo a la cintura, puesto siempre en el sitio preciso, con torería y gracia, sin violencia, tirones ni ventajas, exprimiendo a conciencia al cornúpeta y sin extenderse, como tan de moda está, en un trasteo interminable. ?Por cierto, las escuelas deberían machacar en este punto: no hace falta una faena de ochenta muletazos para apurar a un toro; puede que con veinte, o treinta, se haya conseguido meter al público en el bolsillo. Y si no, ya no vale la pena insistir. Abreviar y no abusar de la paciencia del respetable.

No abusó Morante pero no acertó a tumbar al de Garcigrande a la primera y en el palco se tiró de manual para negar un premio mayoritariamente pedido por la gente. Un premio que, de todas formas, ya se había logrado: ese reconocimiento unánime y general de quien había contemplado algo inusual y magnífico. No hacen falta orejas para confirmar una gran obra. El arte no se mide cuantitativamente, sino por sensaciones. Es algo que te llega y te llena. Es una expresión de la creatividad del ser humano, que se manifiesta en obras que pueden ser apreciadas por los sentidos. ¿Hay que poner nota a Las Meninas para justificar su importancia? ¿No hay que leer a Ramón Palomar, por ejemplo, por no ser tenido en cuenta para el Nobel o uno de los premios, ya más comerciales que otra cosa, que actualmente se conceden? ¿No es una pasada escuchar casi cualquier pieza de la banda de los Allman Brothers pese a que la entontecida clientela actual de la música popular no compre ni un disco suyo? El torero sevillano dejó para la historia otra maravilla y no necesita para su gloria que sea sellada con una oreja de más o de menos. Ahí está lo hecho y el que venga después, si puede, que lo repita.