JORGE ARTURO DÍAZ REYES

El más valiente

martes, 5 de mayo de 2020 · 13:04

Ahora que ha muerto Dámaso Gómez, anciano y olvidado por la generación actual de la fiesta. Mi memoria lo encuentra primero hace unos quince o más años, cuando rumbo a la feria de San Isidro coincidimos con el banderillero retirado José Galeano en un vuelo Bogotá-Madrid.

Fue inevitable abrir los archivos y las comparaciones.

--Cuál ha sido el torero más valiente para ti –le pregunté.

--¡Dámaso Gómez! –contestó automáticamente.

--Fíjate, mi padre decía que Chicuelo II, y alternaron –repuse …

Sirvieron la cena. Sin abandonar el tema la tramitamos y creo que habíamos dejado atrás Jamaica (donde murió el segundo) cuando Galeano se durmió. Incapaz de hacerlo en los aviones volví, en el desvelado cruce del Atlántico, a los lejanos relatos de mi viejo...

A uno, recurrente, que incluía los toreros recién mencionados. La corrida del domingo 5 de febrero de 1956, en la Santamaría de Bogotá. Él había viajado a ella desde Barranquilla, su sede por entonces como ingeniero de la Shell. El cartel era fortísimo, lo justificaba: Toros de Achury Viejo, para César Girón, Dámaso Gómez y Chicuelo II.

La boletería se agotó de inmediato y a mis diez años, estudiante interno, no tuve ninguna oportunidad de asistir. Pero todo lo que pasó allí es vox populi, pertenece a la historia taurina, a la historia patria y a la historia de la relación con quien me hizo aficionado. Lo repasó en muchas de las conversaciones taurinas que tuvimos durante su vida. Murió hace treinta y cinco años. Le acompañó a ella su colega y querido amigo Alfonso Benítez, quien a veces participaba y aportaba remembranzas…

—Llegamos, más de media hora antes del paseíllo. Fila 4 de sol. La plaza se puso de bote en bote. Pero en medio de la expectación algo flotaba como una premonición...  En la corrida del domingo anterior, cuando “La Nena”, hija del dictador Gustavo Rojas Pinilla, recibió junto a su esposo Samuel Moreno, el brindis de Joselillo de Colombia, una soberana bronca se había desatado. Eso quizá no se quedaría así —Contaba.

Tengo por a prueba de dudas el testimonio de mi padre, quien valga decir era conservador (partido afecto al gobierno, con ministros en él), y cuyos detalles coinciden con publicaciones posteriores de otros testigos, periodistas e historiadores.

Como el general Álvaro Valencia Tovar, entonces mayor del ejército, quien años después, recordaría que Rojas Pinilla, disgustado, reconvino a la cúpula militar por su “inacción ante lo ocurrido, tanto para prevenirlo como para reprimirlo”. “Emití una orden que en síntesis disponía: evitar desórdenes en la plaza. Enviar suboficiales vestidos de civil (el siguiente domingo) para controlar los energúmenos de ambos bandos”. Declararía luego el General Navas Pardo, entonces comandante de la brigada de Institutos militares. Miles de boletas, se compraron para el efecto, aseguraron Alberto Donadio y Silvia Galvis autores de respectivos libros sobre aquel período.

—De pronto, antes del paseíllo, cómo por compromiso, estallaron en todos los tendidos y balconadas vivas estentóreos al mandatario y su familia. Quien los contrariaba o no secundaba era de inmediato agredido con manoplas, cachiporras, varillas y algunos lanzados al callejón, donde los culatazos complementaban… Sorprendido, impotente y conminado por Alfonso comencé a corear los vivas, mientras veía caer heridos junto a mí. —confesaba, siempre muy avergonzado. Era hombre honorable.

“La masacre de la Santamaría” se ha llamado esa fecha. Nadie sabe ni sabrá cuántos muertos o desaparecidos hubo (evacuaban los lesionados en camiones). La censura (periódicos cerrados) dificultó cualquier precisión. Pero los cálculos van más a lo alto que a lo bajo de los entre ninguno y seiscientos que alegaron después leales y opositores.

—Anticipadamente soltaron la corrida, buscando aplacar o disimular la carnicería. Lograron ambas cosas. Los de Achury Viejo (en Conde de la Corte), salieron fieros. Dámaso surgió de la tragedia y como queriendo purgarla, se la jugó en dos faenas de tal entrega que tapó el miedo con otro miedo y al final se llevó tres orejas un rabo y una pata (la última otorgada en esta plaza). César Girón, en la cumbre de su carrera, lució en todos los tercios recibiendo cuatro orejas y un rabo, y Chicuelo II, a fondo, una de cada uno de sus toros...

—¡Imagínense!  9 orejas dos rabos y una pata!… Claro, el triunfalismo fue azuzado también por los apaleadores que cumplida su gesta se hicieron claque, buscando convertir la infamia en apoteosis.  —Explicaba —De todos modos, la corrida más tremenda y en las circunstancias más horribles que ha vivido Bogotá y que he vivido —remataba tristemente cada vez.

Al año siguiente caería la dictadura, reemplazada por una junta presidencial de la cual hizo parte el general Navas Pardo. El valeroso Dámaso, torearía solo 14 corridas, ocupando el puesto 25 del escalafón, y yo iniciaría mi bachillerato...

 

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