JORGE ARTURO DÍAZ REYES

Hazme caso

martes, 23 de junio de 2020 · 14:17

Dar consejos no cuesta nada y uno siempre queda bien.

—Yo traspaso los que me dan. Es para lo único que sirven —decía Oscar Wilde.

Espontáneos, pedidos, universales, locales, personales, grupales, temáticos, especializados, improvisados, premeditados, prácticos, teóricos, lógicos, ilógicos; bien, dudosa o malamente intencionados (cómo saberlo), pero todos expresados con la superioridad y certeza inherentes al papel de aconsejador.

En esta conmoción mundial que malvivimos ahora; confinamiento, incertidumbre, medio millón de muertos, nueve millones de contagiados, paro y amenazas de que “lo peor está por llegar”, (según las autoridades monetarias internacionales: Banco Mundial, FMI, BCE, BID, BAsD), lo que no nos ha faltado son consejos.

Cada quien, como Wilde, parece presto a desembarazarse de los suyos, poniéndolos a circular, cargando a otros con ellos. Cualquier vía es buena, voz, papel, redes, blogs, portales y hasta las paredes. Quédate, no te quedes. Trabaja, no trabajes. Toma, no tomes. Preocúpate, no te preocupes. Abre, no abras…

Los taurinos, por ejemplo, privados de corridas, hemos multiplicado el reciclaje de los mismos tres o cuatro de siempre. A veces literalmente, a veces con alguna variación de estilo. Qué unidad, qué adaptación, qué modernización, qué comercialización. Pues en síntesis los problemas de la fiesta, que son graves y endémicos, tampoco son muchos: persecución, desunión, mistificación, retracción. Sabidos, resabidos, aconsejados y reaconsejados por generaciones.

Sin qué hasta hoy ninguna moda, crisis, peste, censura, que las ha enfrentado hartas, lograra borrar de la faz de la tierra el ancestral culto. Quizá otra vez el negocio que alimenta sufra, caiga y luego levante, como lo ha hecho siempre, desde que a Don Felipe IV le dio por inventarlo, cobrando las entradas. Pérdidas y ganancias, bonanzas y recesiones, metabolismo del mercado, de la economía toda…

Pero afición, significado, instinto, valores no dependen de aquello, son más antiguos y siempre han sobrevivido esas vicisitudes. Hace casi dos mil años, Adriano, el verosímil emperador (español-romano) develado por Margarita Yourcenar, viejo ya, escribió al joven Marco Aurelio, su querido nieto adoptivo, evocando la caza y el circo:

“El justo combate de la inteligencia humana con la sagacidad de las fieras parecía extrañamente leal, comparado con las eternas emboscadas de los hombres.”

Reflexión que el toreo ha mantenido vigente, no un consejo. Por cierto, en las 236 páginas (Ed. Sudamericana 1955) de su rotunda carta, él no se permite dar ninguno a quien había proyectado heredero del imperio. Solo le presenta honestamente los hechos. Para qué más.

 

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