VIÑETAS
De Costillares a Manzanares
El toro es el agresor, el que ataca. Ese, su instinto, determina la lógica de la corrida, rito alegórico de la unidad hombre - naturaleza. El toro va, no el torero. Este aguarda (para), desvía la arremetida con el trapo (manda), modula (templa), con verdad (carga), sin huir aguanta la repetición (liga), hasta detenerla (remata). Ha podido. Entonces le vale salir airoso del terreno, antes del encuentro siguiente.
Condiciones, la bravura del uno para ir y volver, y el valor del otro para ponerse, quedarse y dar las ventajas (honor). Fundamento ético del culto. Incluso cuando la fiereza o mansedumbre imponen la lidia de poder, doma y sobrevivencia, debe ser oficiada con destreza, lealtad y compostura. Litúrgica y estéticamente, con el único fin de preparar el sacrificio ceremonial.
Hasta finales del Siglo XVIII también así, con esa geometría, se oficiaba la suerte suprema. La estocada recibiendo, se llamaba “estocada de la ley”. Porque se daba toreando, el torero quieto, el toro al ataque y la muleta mandando, no al revés.
Cuando por aquellos días Joaquín Rodríguez “Costillares” entronizó el volapié, invirtiendo la ecuación, subvirtió todo. Entonces fue cuestionado por los puristas de su época que desconsolados refunfuñaban: “Pasan y repasan los toros hasta que ya fatigados no pueden embestir y luego se lanzan sobre ellos estoqueándolos”.
El gran maestro de San Bernardo, avergonzado se disculpó: “Yo no he inventao ná, los toros me pedían esa muerte y se las he dao”. Bueno, quizá no la inventó, pero sí generalizó y elevó a “nueva ortodoxia”, ese recurso válido solo con los que no se arrancaban; el torero, la espada y la muleta yendo hacia el toro. Recurso que no deroga el canon fundamental. Así como los globos, los cohetes y los aviones no derogan la ley de la gravedad. Apenas la burlan momentáneamente por necesidad.
Recordar todos estos lugares comunes y conceptos elementales para cualquier aficionado tal vez pueda disculparse ahora, cuando el muleteo esteticista se prolonga frecuentemente hasta la extenuación y no se valora lo suficiente que algunos matadores, Manzanares, por ejemplo, reivindiquen aún la estocada clásica. La de la ley.