VIÑETAS

Confesión de zafiedad

lunes, 9 de octubre de 2023 · 12:37

Ayer en Las Ventas, varios comentaristas y el ganadero afirmaron: “donde Borja llegue a matar bien sus tres toros le dan muchas más orejas”. Seguro que sí, como estaba la cosa quizá seis, equivalentes a tres Puertas Grandes de Madrid. Hágame el favor.

Y no podríamos atribuir la autoría de tan frondosa cosecha peluda y el puertazo solo a su señoría don Víctor Oliver Rodríguez quien se pasó la tarde voleando pañuelo en su augusto palco. Tal mérito es compartido con el público bipolar que hoy casi llenó Las Ventas. Y que arrancó protestando ferozmente los dos primeros victorinos, palmeando el infamante tatatá y pidendo ¡Toooro! ¡Toooro! Para de pronto, cuando el espartinero comenzó su largo y azaroso patinar al unipase, huyendo de las revueltas y tornillazos que nunca logró dominar lo suficiente para ligar dos suertes, a ninguno de los tres toros que la fatalidad le deparó (el cuarto, por la herida de Román), para pasar, el respetable, decíamos, de la furia a la euforia y a la ovación incesante, hasta echarse a hombros el triunfador, para ir ya de noche a rematar su apoteosis en la puerta magna. Sin siquiera, como piden la cortesía y el protocolo, haber dejado salir antes del ruedo a la cuadrilla del caído, y el alternante sobreviviente.

Y quien puede oponerse a tal felicidad. Nadie, creo. Lo que sí cabe es tratar de explicarse el por qué no se tiene la dicha de compartirla. Preguntarse, si la causa fue una explosión de tauromaquia excelsa, vivida por la primera afición del mundo, en la primera plaza del mundo, por qué uno es tan zafío e insensible que no solo no puede compartirla, sino que siente pena ajena de ella.

¿Qué falta de comprensión del parar, templar y mandar y de la perfecta ejecución de la suerte suprema (exigida también por el reglamento), nos impidió identificar y sentir a la par con el respetable y don Oliver para unirnos al carnaval? ¿Por qué no somos capaces, tras una septuagenaria feligresía, de tirar nuestro credo a la basura y unirnos a la delirante multitud y su ínclito presidente? Por anacrónicos quizá, dirían con razón los jóvenes festejantes. Y seguramente los no tan jóvenes que piden poner la fiesta a tono con los tiempos que corren, y qué seguramente hoy visto lo visto, estarán de plácemes.

Madrid locuta. Crea jurisprudencia. Si se hace allá por qué no acá. El asunto es que el vaticano taurino se ha vuelto tan incierto. Cuanta diferencia por ejemplo con lo sucedido allí mismo hace tres días con las faenas de Castella y Ureña, enormes ante dos mansos idem, poderosos y exigentes, que tampoco pudieron matar bien, por lo cual se fueron a pie sin trofeos tras poner su vida en juego.

Pero no es la primera vez que la catedral protagoniza estos espectáculos diversos. Lo que pasa es que luego recapacita y los cobra. Como diciendo ¡Qué hemos hecho! terminan sacrificando al ungido. Cuántos triunfos en el ostracismo.

El mexicano Valadez que había llegado a esta corrida por derecho propio, ganado en San Isidro, topó con similares dificultades, pero sin atención alguna.

El encierro, lujoso, serio, cárdeno entipado (salvo el cuarto), todo al filo de los cinco años, con 542 kilos promedio. Blandos, con más o menos bravura, fiel a su ancestro exigió, hirió y pidió autoridad.

Con los albaserradas no se juega y si no los mandas, o te quitas tu o te quitan ellos. Que fue lo que ocurrió. De entrada, el valiente Román quiso aguantar plantado una tanda derecha y el primero le metió un tabaco en el muslo que detuvo el pubis, afortunadamente. Así fue como los victorinos plantearon sus condiciones hoy. De ahí en adelante nadie paró, ni mató bien, pero tampoco a nadie le importó.