VIÑETAS

Historia de barbarie

lunes, 1 de julio de 2024 · 12:43

Hace pocos días destruyeron una estatua de César Rincón en Colombia (Duitama). Y por la mofa, y agravio con que lo hicieron podría creerse que fue solo un incidente, un aislado desmán de gamberros. Pero no, fue un acto oficial, planeado, sustentado e imposible de no asociar con un largo historial de odio. Para empezar, diez años atrás el Museo Taurino de Bogotá fue arrasado durante la alcaldía del hoy presidente de la república Gustavo Petro.

Que, dicho sea, no ha sido el único político en cuyo turno pasaron tales cosas. No. Han sucedido antes, en tiempos de sus antípodas ideológicos. Hace 27 años la estatua de Pepe Cáceres en la extinta plaza de toros La Macarena, había sido despedazada y arrojada al río Medellín. Presidía el país Ernesto Samper. Ahora y desde 2016, primera alcaldía de “Fico” Gutiérrez, los toros están vetados allí.

En la misma ciudad, donde (1991) un carro bomba había explotado a las puertas de la Plaza, minutos después de terminada la octava corrida de la feria. “En una amplia área quedaron esparcidos los cadáveres, los heridos y los restos de los vehículos destruidos” (El Tiempo). Era presidente César Gaviria.

Hace siete años, otra bomba letal estalló frente a la Plaza de toros de Santamaría, en día de corrida poco antes del sorteo. Inmediatamente, sin mediar investigación alguna, el alcalde Enrique Peñalosa del partido “Verde”, quien desde su posesión había manifestado: “Si me obligan a dar las corridas seré el primero en salir a protestar”, declaró que los autores no eran antitaurinos. Como muchos desprevenidos concurrentes, estando muy cerca sobreviví por casualidad a estos “no antitaurinos”.

Allí mismo, en esa misma temporada, se habían producido violentas asonadas contra las corridas (también escapé de ellas por los pelos). Transcurría el segundo período presidencial de Juan Manuel Santos.

La lista de agresiones, vejaciones y violaciones impunes a los derechos de la afición taurina. Legítima y definida por la Ley 916 de 2004 como “expresión artística del ser humano”, podría ser interminable. Quizá estos pocos hechos recordados bastarían para dar una idea de la genealogía.

Pero como para completar, hace un mes, tras muchas intentonas fallidas, durante las cuales el debate se caracterizó por un lenguaje injurioso, discriminador, plagado de clisés, descalificaciones moralistas y santurronería, similares a los de las bandas asaltantes y los insultos murales, el Congreso, con votaciones aplastantes pluripartidarias (100 a 5 y 93 a 2, en Senado y Cámara respectivamente), aprobó la ley de prohibición a la tauromaquia.

Prohibición que quitó el derecho, la razón y la legalidad a los perseguidos, para darla a los persecutores. Valga señalar qué hasta ese momento, era esta, la primera y única reforma que el parlamento le aprobaba al ejecutivo. Las demás urgentes, laboral, pensional, judicial, de salud…, por las cuales votó el pueblo, habían sido atajadas con saña. Solo en esto coincidieron gobierno y oposición, ahí están los números. Solo en la causa “animalista” para extinguir los toros en todo el territorio nacional. Lo demás les era lo de menos.

La reciente infamia en Duitama y todo esto me trae una frase de Antonio Caballero escrita hace 32 años, tras una de las muchas apoteosis de César Rincón en España: “Si todos los colombianos asumiéramos nuestros compromisos como César Rincón asume los suyos, nuestro país sería mejor.” Hay que ver.

Destruir monumentos, museos, quemar libros, perseguir, agredir, criminalizar pensamientos, creencias, arte, tradiciones, recortar libertades, matar, aniquilar especies…, han sido armas de todas las ideologías. Alegar con intención proselitista cuál más cuál menos, es hipócrita.

Los antitaurinos colombianos, desde los extremistas hasta los legisladores, pasando por los callados complacientes, no han hecho más que sumar su presunta “superioridad moral” a la de los que también “luchando contra el mal” incendiaron la Biblioteca de Alejandría, borraron las culturas americanas precolombinas, o destruyeron, no ha mucho, las milenarias estatuas de los toros alados en Irak. Es la historia universal de la barbarie. Siglo XXI, seguimos en ella.