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La otra temporada taurina

lunes, 30 de julio de 2018 · 21:03

Corría principios de siglo XX y por aquel entonces era típico y habitual que quienes querían iniciarse en el mundo del toro lo hicieran como banderillero a las órdenes de las primeras figuras. Algo que además de servirles para aprender la profesión les hacía coger auge y popularidad entre los aficionados así como tener la posibilidad de vivir del oficio, sacando a sus familias adelante. Algunos decidían dar el salto al oro después de cobrar meritoria popularidad y se consagraban tiempo más tarde como figuras (así lo hiciera Ignacio Sánchez Mejías quien ejerció de banderillero con Joselito) o matadores que tras unas cuantas temporadas hacían una buena caja como para vivir ellos y el resto de su familia.

Hoy día eso es impensable, pues no está bien visto a ojos de los aficionados ni de la burocracia. Algo quizás inentendible además en una profesión donde a muchos les cuesta dinero hacerse toreros, y donde otros tienen que tener un trabajo regular para poder vivir a la vez que siguen preparándose con el ansia de que llegue esa oportunidad que les cambie el destino. El toreo ha cambiado, se ha modernizado, ha perdido romanticismo. Ya no salen toreros de las capeas, donde experimentaban la dureza, como hiciera Dámaso González o Andrés Vázquez. Digámoslo claro, en el inicio si no te haces hueco en el elenco de toreros que ostentan la cúspide o una pequeña bajara de toreros que les siguen detrás, ya nadie puede vivir del oficio.

 

Imanol Sánchez

 

Pero todavía en tierras del Ebro, hay un pequeño reducto donde ser profesional y vivir de la tauromaquia es posible. Y no precisamente a lo que a enfundarse el traje de luces podamos referirnos. En este bastión sobrevive y vive entre otros Imanol Sánchez, matador de toros aragonés que ha hecho del Festejo Taurino Popular un oficio, y un lugar donde servir y proteger ha sido la causa de ser querido y respetado por miles de personas.

Sánchez solapa su temporada habitual como matador, en la que está incluida una preparación física y una amplia agenda de tentaderos, para afrontar las corridas que salgan a lo largo de la misma, junto con sus actuaciones en las labores de director de Lidia, actuando a largo de la temporada en más de 150 festejos taurinos. Pechando con la dureza que supone enfrentarse a toros y vacas de las denominadas de corro, toreadas, recortadas y con numerosas salidas, en el caso de percance. Algo que si nos permiten el símil bien podría asemejarse a las famosas capeas de donde salieron los citados Dámaso o Vázquez y que sin lugar a dudas da fe de que para ello hay tener mucho sentido de la responsabilidad y un valor desbordante.

Es esta la otra temporada, la de toreros como Imanol, que salvo sus dos o tres corridas de toros al año, viven lejos del glamour de estas. Miles de kilómetros, Plazas, Calles, Recortadores, improvisados aficionados, enormes toros y audaces y picaras vacas que piden una licenciatura en cada embroque. Un peligro patente y latente en cada festejo que les otorga privilegio de vivir de la tauromaquia. La otra tauromaquia. La que emano el pueblo. La tauromaquia popular, aquella que, en sus inicios, también en esas tierras de Aragón inmortalizara tan celebre aragonés como fuera D. Francisco de Goya.

 

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